viernes, 13 de diciembre de 2013

SIN POESÍA

TU LOCURA

Tienes que saber que tu locura es también la mía.
te encuentro en la oscuridad de mis ojos cerrados 
donde todo es tan infinito y majestuoso como quiero.
Los dos hemos estado sentados al frente del pelotón
de fusilamiento, con el corazón acelerado y la respiración 
pesada, desestimando los cañonazos para confesarnos
en ese ultimo instante con palabras expulsadas por 
los ojos. Repartidos en un horizonte basto donde el 
cielo rojizo de la tarde disimula la distancia.

miércoles, 30 de octubre de 2013

SIN POESÍA


VENENO

No te diste cuenta, pero cada vez que te bebía,
corroías mi espíritu como el peor de los ácidos sobre la piel,
envilecías mis intestinos hasta hacerlos ahogarce en sangre. Incauto me tomaba
tu poción con la garganta áspera de sed y con las ganas
infinitas de deberte hasta la ultima gota.


YO SOY UNA HORMIGA

Hormigas enfermas, pálidas y esqueléticas
chocan sus cabezas, erráticas deambulan  buscando alguna dirección esquiva,
desconcertadas por cada pisotón crápula de los hombres,
tocadas por el azar van y vienen como si el tiempo se les acabara.
Y¿Cuanto tiempo tendrán las hormigas?


viernes, 18 de octubre de 2013

CÓMPLICES

Caminamos en la noche ocultando nuestro cuerpos en las sombras, deambulando el asfalto de la fría ciudad. Siendo los amantes misteriosos, atropellándonos con miradas cómplices, llenado los silencios con caricias y haciéndonos uno en la inmensidad de lo desconocido.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

CON TU AUSENCIA

La felicidad se fue muriendo con cada día que no estabas.

En este cuarto todo permaneció en su sitio. La telaraña en la esquina, la mesa con polvo, los libros desparramados. Todo inmutable, en calma, esperando que volvieras.

Entonces decidí hundirme en la cama y no hacer ningún movimiento, estar solo mirando el techo blanco, ahogando mis pensamientos en el silencio y pretendiendo que el tiempo pare. Olvidándome un poco de mí.

Todavía especulo con que vuelvas  y veas que todo sigue igual. Mi cuerpo te reclama con pequeños dolores, supongo que son los dolores del alma incompleta.

Imagino un tiempo en el que todavía estás a mi lado. Te hago más mía. Entras por la puerta y ves el mismo polvo, los mismos libros, la misma telaraña y a mi esperándote con desesperación. He entendido que cuando no estás conmigo muero un poco. Los muros de mi orgullo los tiraste abajo con un abrazo estremecedor.

Quisiera saber dónde estás, los caminos que andas, que miras. Desandar la tristeza de no tenerte. Paseo las calles que me acuerdan a ti, esperando que cada lugar traiga una parte tuya. Sentirte y ahuyentar la soledad que deambula con mi sombra. Estar convencido de estar durmiendo en una ilusión en la que el castigo es no tenerte.

Solo pretendo que cada elección me acerque a ti. Desde que te fuiste mido cada movimiento, cálculo esto y lo otro. Preparo cada momento para cuando vuelvas. Existen frases que ensayo y digo perdido en tu recuerdo. No he leído libros, ni intentando escribir algo, no he tenido ganas para eso. Las palabras vuelan de lado a lado en mi cabeza llevando tu nombre.

Esperare por los besos que me calienten el alma y descongelen el tiempo. Un destino benevolente que te traiga hacia este cuarto, hacia mí, ver tus ojos iluminando la oscuridad. 

miércoles, 10 de julio de 2013

¿A QUÉ HUELE LAURA? II

La miro sumergido en sus ojos chispeantes llenos de vida. Dejo que mis manos recorran su piel, sientan sus vellos erizados, acaricio sus piernas delgadas atenazadas sobre mi cadera, su ombligo  profundo, los huesos que sobresalen en su cintura, sus pechos majestuosos, su cuello largo. Nos miramos. Segundos detenidos en el tiempo muy estimulantes. Agazapada hace pequeños movimientos para atrapar la mosca, midiendo cada respiración, a la espera a que me mueva para saltar. Se acerca lentamente hasta que siento su respiración, pequeños chorros de aire que salen de su nariz para abanicar mi cara, rosamos nuestros labios, respiramos el mismo aire morado. Mis pensamientos caen en un torrente de sentimientos que resaltan todo a alrededor y le dan otra vida. Me recuesto contra el espaldar del mueble y veo su figura por sobre la mía, gigantesca, muy estirada, se dibuja una sonrisa en su cara, nuestros cuerpos se  resbalan húmedos de sudor, nos friccionamos, y nos sacudimos con fuerza. Estamos abandonados a los besos. Multiplico mis manos para recorrerla toda. Todo mi amor pendulando sobre ella.

Laura parecía un espíritu mal atrapado por su cuerpo. Capaz de estar muy alegre o muy triste. No existe término medio para ella. La veo a mi lado y pienso en su belleza inagotable. Se levanta del mueble y va al baño. La miro mientras camina y se bambolea siguiendo la música de su cabeza. No puedo decir a que huele Laura pero tengo su olor adherido. La noche se extiende entre el humo y el aguardiente abriéndonos las puertas de la linda decadencia y rezagando la poesía.

Volvemos a estar muy cerca, nos miramos sentados en la cama, rodeados por el humo morado. Me mira con rabia, ¿No sé? Tal vez encontrando en mi algo que no le gusta. Iluminados solo por la tenue luz de un computador, la miro queriéndola, buscándola entre las sombras. Beso su piel caliente y trato de arroparme con ella. Somos dos sombras moradas que se traslucen en la pared. Nos  revolcamos entre el fuego y revolvemos las cenizas de una noche larga. Aturdidos pero dispuestos para el amor. Disfruto ver su boca entre abierta con una sonrisa disimulada, sus ojos achinados que miran como nadie.

 – ¿A qué hueles Laura? –Le pregunto. Tienes un olor particular, algo que vas más allá de un buen olor. Decir que hueles bien no sería justo. Ni la marihuana morada huele mejor que tú, no ha podido esconder tu olor.

Salgo del apartamento y bajo las escaleras. Camino hacia el parqueadero desandando la noche larga. Con todas las sensaciones todavía en mi cuerpo. Hormigas dando pequeños mordiscos. Tengo una respuesta que ronda mi cabeza. Laura huele a lo que quiero que huela.

martes, 11 de junio de 2013

¿A QUÉ HUELE LAURA?


UNO

Tengo que bañarme rápido. Ya es tarde, Laura me llamo. Me quito la ropa, me miro en el espejo por primera vez en la noche. Estoy desaliñado. Tengo barriga. Me lo había dicho Felipe el otro día. Recuerdo que me dijo que la barriga ya me había ganado, me había vencido en la lucha. Mirándome en el espejo, que está encima del lavamanos y apoyándome sobre él, veo mis ojeras. Algunas lagañas que me quitare. Salto  para verme de cuerpo completo. El espejo del baño siempre me devuelve una imagen benevolente. Corro con la mano la cortina del baño y entro. Abro la llave de agua caliente.  Cruje el tubo de la ducha, y suelta un chorro de agua tan caliente como para pelar un pollo. Tengo que equilibrar las temperaturas abriendo la llave de agua fría. Siempre un poco más caliente. En esta noche de frió voy a disfrutar más el agua que deja rojos mis hombros. No puedo meter todavía la cabeza. Esta demasiado caliente. Resisto estoico parado con la mirada hacia el suelo, con los brazos a los lados, sin hacer ningún movimiento. Así estaré por varios minutos. Es un buen masaje este. Ya han pasado varios minutos, voy a abrir los ojos. Me tiro champú en la cabeza. Ya puedo mirar el agua de frente, todavía quema, pero ya no tengo tiempo. Me paso el jabón por el cuerpo.

Aquí estuve bañándome con Alejandra. Bueno, nos tocamos mientras nos mojábamos, porque ella no procuraba pasarme el jabón por el cuerpo. Nos movíamos con habilidad circense para que no esquivar el agua tibia. Nos sumíamos en besos, y caricias guiadas por el agua. Yo probaba su lengua y sus labios al mismo tiempo. El agua tan caliente como una manta arropadora de varios tigres en verano. El piso estaba bastante resbaloso. Estuvimos caminando por la cornisa de un accidente fatal.  Muerto alguno de los dos en el baño. Cayendo al suelo después de resbalar con el jabón, o con champú. Una imagen bizarra.

Salgo del baño. El espejo amigo esta opaco. Tengo que limpiarlo para verme, para cerrar el ritual. Tengo el pelo largo, cae por mi frente hasta la nariz. Me termino de secar y salgo. Me pongo los calzoncillos que son bóxer como los perros. No sé, ¿Por qué? ese nombre. Nombre de perro para unos calzoncillos. Están escogidos cuidadosamente. Revise que correspondan para la noche. Sin ningún roto, o cualquier otro desperfecto. Además porque últimamente pienso que voy a morir atropellado por un carro que se pase el semáforo en rojo. Y tengo que estar presentable para los que recojan mi cuerpo magullado. Me pongo el jean gris. Busco la correa entre el armario. Es fundamental la correa. La correa negra. Me pongo el desodorante vaporoso. La mitad a las axilas y la otra mitad la inhalo. Me deja un buen olor. Debo echármelo en todo el cuerpo. Me abro el calzoncillo y me echo el desodorante extra cool. Fue un error, ahora me siento muy extra cool. Me pongo la camisa negra. Busco la chaqueta entre las camisas arrugadas que cuelgan de los ganchos. Solo me falta ponerme las medias. Y estoy listo. Mi segunda vez frente al espejo. No le puedo encontrar forma al pelo. Me cepillo los dientes también con crema extra fresca. Este espejo es mi mejor amigo. Me muestra lo mejor que soy, no me deja ver la barriga. El enjuague bucal. Listo, la chaqueta los zapatos y salgo.

Tengo que escribirle para decirle que ya voy a salir. Ya la moto está afuera de la casa. No puedo dejar la botella de aguardiente. Prendo la moto y acelero para que se caliente el motor. El aguardiente tan fresco como mis calzoncillos y mis axilas. Ha salido de la nevera, y la llevo en el bolsillo de la chaqueta. El casco puesto. Acelero. Es una buena noche. No hay mucho tráfico. Estoy manejando como si me estuvieran persiguiendo. Por esta avenida y a este paso voy a llegar rápido. Voy a ir lento. No manejar como un loco, ya me lo han dicho antes. Prefiero que mis calzoncillos los vea primero ella y no los que recojan mi cuerpo.

Esta es una linda ciudad de noche. Me gustan las luces que la alumbran. Tan viva. Resistiéndose a quedarse a oscuras. Me han tocado todos los semáforos en rojo. Hay una mujer al lado, con la música  fuerte. Esta tan buena como la música que escucha. Tiene la mirada puesta en el horizonte. Sus labios rojos, se entreabren, como para rescatar más aire. Quiero que mire hacia el lado. El semáforo se pone verde. Ella arranca más rápido que los demás carros y se va. Solo me  deja el eco de la música.

Estoy en la portería. Apartamento 7 torre B. El celador viene con buena cara. Hoy no  tengo decirle para donde voy, me reconoce y abre la puerta con un gesto amable. Me encuentro con  otro espejo, el de la moto. Me quito el casco, el pelo tiene una forma inexplicable. Este espejo no me quiere. Me bajo de la moto, camino hacia la torre B. Todo está en silencio. Postes de luz alumbran a lado y lado. En mi reloj son las 11:30. Subo las escaleras, pensando en la primera vez que vine al apartamento 7 torre B. No mucho antes de hoy.

Toco el timbre chillón de la puerta. Sale ella, Laura. Abre y me recibe con una sonrisa, nos abrazamos por un  momento. Que rico que es su perfume. Laura huele a ella, es un olor particular que no conocía antes. Entramos al apartamento, me siento en el mueble de la sala y pongo la botella de aguardiente en la mesa. Todavía fresca, como mis calzoncillos. Veo que está en la cocina, mueve algunos vasos. Viene caminando, me mira como mi gata, cuando está cazando moscas. Trae un vaso de agua con hielo y dos copas. En esta noche somos solo ella y yo. La gata y la mosca.  Me gusta la gente simple como ella, no piensa demasiado lo que va a hacer, ni se preocupa mucho de la vida, sus responsabilidades laxas, su querer libertario. Me gusta, porque yo soy complicado. Abro la botella y sirvo dos copas. Las pasamos  de un solo envión por la garganta. Miro sus piernas delgadas forradas por su pantalón. La recorro con la mirada y le pregunto por mi barriga. – ¿Crees que estoy gordo?­­– Me está mirando y seguramente pensando que soy un guevon. –Sí, estas gordo, pero te ves bien así– Le digo que me gustan sus piernas delgadas, y me tiendo sobre ellas, con mucho descaro, las abrazo y acaricio. Las tomo como reclamándolas para mí. Me volteo  boca arriba para ver su cara. Laura, me miras queriéndome, en este momento sé que me quieres. Sirvo aguardiente, ahora los dos pasamos con agua fría. Las palabras ya no son necesarias, nos desprendemos de ellas. Sus labios son delicados, los toco con las yemas de los dedos, mi índice metiéndose en su boca, rosando su lengua. Ahora me toca cumplir el papel digno de la mosca. La beso con fuerza, me aferro a ella y la saboreo, mi lengua se une con la suya. Laura te voy a querer toda la vida. Este instante de vida. Paramos, siento que el calor avivado me va a quemar. Dejo la chaqueta negra al lado. Laura esta yendo al baño. Vuelve con el cabello recogido, y vuelve con marihuana morada. Que rara es Laura que fuma marihuana morada, pienso. Está sentada a mi lado. Me da a oler la marihuana morada.

Estamos bailando en su sala. La tomo por el cuello y me hundo en ella, la beso con vigor. Nos movemos juntos con la música, sincronizados, mis manos la tocan toda. Me muevo por su espalda, toco sus nalgas, y la traigo hacia mí. Bajo hacia sus pechos, acariciándolos, oliéndola para descubrir a que huele Laura. Nos hemos tomado toda la botella de aguardiente. El porro de marihuana morada está sobre la mesa. Laura lo prende delicadamente y aspira. Devuelve el humo que deja salir mirándome. Otra vez me mira como una gata que se sabe más inteligente. Hay olor a mango biche. La ropa se desvanece con el humo. Estamos sentados mirándonos de frente.

viernes, 3 de mayo de 2013

EL DÍA DE LA LLUVIA


Ese día caminabas desprevenida bajo la lluvia, te veías hermosa empapada por el agua que se escurría por tu pelo.  Se caía el cielo a tus pies pero abstraída dibujabas movimientos delicados sobre los charcos que se te ponían en el camino. Parecías flotar con cada paso cadencioso y elegante. Nada a tu alrededor parecía tener más importancia que tú misma. La gente pasaba con premura a tu lado, queriendo correr a una velocidad que no tenían, zigzagueaban para evitar el agua que golpeaba con fuerza. Cualquier cosa que pudiera hacer las veces de sombrilla era un bien preciado en el afán por no mojarse. Las calles empezaban a ser canales por donde el agua se movía arremolinada. Aunque el cielo empezaba crujir, no acelerabas el paso.

Verte así me hizo pensar en lo que de verdad importa. Las pequeñas cosas que paso por alto. Pienso en lo estimulante que debe ser sentir el aguacero con la piel. Hacerle frente, abandonarme a esperar que cada gota sea un golpe placentero. ¿Para qué correr? No se puede desperdiciar ese regalo noble de la naturaleza. Como no enamorarme de ti. Como no quererte, si caminas segura y tranquila atravesando los muros de agua que se ponen ante ti.

Tendré que darme menos importancia. Combatir la solemnidad. Vivir para sentir. Sentir el agua. Mojarme tanto como tú. Voy a caminar desprevenido, esperando que llueva para caminar despacio. Intentar conocerte con más detenimiento y susurrarte en cada gota de agua lo que no te he dicho.

Te vi difuminada pero majestuosa, cruzabas la última calle que nos separaba. Cuando me viste sonreíste cómplicemente, salí al paso y te abrase para no estar tan seco. Te quería decir todo lo que me hiciste sentir. La sensación que fue verte caminar a lo lejos. Decirte que todo tuvo más sentido, todo estuvo más vivo para mis ojos. Como explicarte que revalúe el significado la palabra belleza. Te quise decir que ame más la vida, pero las palabras se quedaron amarradas en mi garganta y enmudecieron la confesión.  

Tenía la sombrilla en la mano, pero la cerré y nos mojamos juntos. Me miraste extrañada y el silencio fue un acompañante más en la caminata. La lluvia a tu lado fue una caricia regalada. Fue un momento de los que realmente importa. Interminable en mi pensamiento.

sábado, 6 de abril de 2013

OLVIDO


Quiero deshacerme de ti. Quiero dejarte olvidada en un cajón que ya no habrá más.
Exiliarte para vagues lejana a mis recuerdos.
Quiero que recorras otras tierras en las que mi ser no te perciba.

Vuela hacia la nada. Cabalga hacia el horizonte. Tanto que ya no seas más que un punto ignoto.
No voy a correr hacia ti. Mis batallas finalizaron dejando muchos heridos que no fueron recogidos, Sangre que se deslizo sobre un campo que llevaba tu nombre.

Te iras en susurros. Pequeñas exclamaciones que lanzare pensando en ti. Pensando en ti para olvidarte. Fui un luchador inocente de tus batallas. Un sirviente domesticado y  sumiso a tus pretensiones. Curado de la rabia y de los males que engendran la rebeldía.

Cerrare los ojos con fuerza para encerrarte en la oscuridad. Te borrare con el tiempo. Fragmentare tu cuerpo hasta la última parte. Solo los abriré cuando este seguro de no reconocerte.

jueves, 28 de marzo de 2013

LO QUE NO FUIMOS


Siempre sentí que debíamos ser. Que nos habíamos encontrado en un acto benevolente del destino. Un guiño de la vida. Eras una mujer muy linda, tenias una mirada indescifrable, un aire de inocencia que se mezclada con  inteligencia y eso me seducía. Fue la primera vez que fui consciente de esa sensación que nos sacude la entraña. Que genera el malestar placentero. Yo me sentía turbado, nervioso, acelerado, inquieto. Quería que fuéramos. Tú también queríamos que fuéramos, o eso me hiciste creer. Tú insistías para que fuéramos. Me llamabas mucho. Hablábamos poco, pero me llamabas. Fue la época en que dejabas que timbrara una vez. Me advertías. Era un toque. Un recordatorio de que estabas. Yo quería estar contigo. Llamarte, verte, sentirte. Pero me reprimía por él. Que era mi amigo. Nunca entendí tu sentido amplio de querer. Yo quería que fuéramos juntos, sin nadie más.

Pensaba todos los días en ti. Aun cuando pensaba en otra cosa. Tú siempre estabas presente. Te alejabas solo lo suficiente para que te extrañara. Empezábamos a caer en un juego macabro. Yo dependía un poco de ti, para estar tranquilo. Habíamos salido algunas veces. Te miraba obnubilado. Me perdía entre tu sonrisa. Eras muy cariñosa conmigo. Parecías feliz. Yo lo era cuando estaba contigo. Después de esas salidas, volvía un poco derrotado, abatido. Me negaba a rendirme ante ti. Juraba ya no entregarte mi  voluntad.

Pasaba algún tiempo en el que no nos veíamos, semanas, meses. Ya no me llamabas. Yo trataba de olvidar, de olvidar lo que no habíamos sido. Renunciar a ti. No pelear contra mí. Lograba olvidarte. Me jacto de que te olvidaba, ya no pensaba en ti. Salías de mi cabeza. Estaba tranquilo. Me fugaba. Tus huellas me perseguían pero las esquivaba, me desviaba del camino para no tocarlas. Tú sabias el poder que tenías. Fuiste más inteligente que yo.

Te aparecías en momentos improbables. Te imagino planeando el momento con una risa desencajada. Preparándolo todo para entrar otra vez en mí. Después de las promesas que me hacía para no verte más, para expulsarte. La fe casi religiosa con la que me hablaba. Tú aparecías magistralmente. Yo no podía resistirme, me superabas espiritualmente. Volvía a depender de ti. Te hipotecaba una vez más mi felicidad. Volvíamos a vernos. Salimos un par de veces. En ese tiempo, después de tantas idas y vueltas, fue la vez que estuvimos más cerca de ser. Me gustabas mucho.

Ya no estabas con él. Pero no estabas sola. Había empezado el tiempo de los mensajes. Los mensajes de texto en el celular. Me escribías varias veces en el día. Yo te respondía. Eras muy cariñosa. Verte después de meses era revivir todos los sentimientos que hibernaban durante ese tiempo. Un revolcón de alma. Yo sentía mucha culpa. No quería estar contigo. Era un tonto útil en tu juego.

Me hiciste pasar muy buenos momentos, te los agradezco eternamente. Ya no te veo hace mucho tiempo. No hablamos. la última vez fue en ese parque cerca a tu casa. El de las bancas alrededor de ese árbol frondoso. Era de noche, tomábamos cerveza. Tú estabas sentada de costado mirándome, analizándome. Yo miraba hacia el frente. Te hablaba de mi vida. Me escuchabas con mucha atención. Ya no me acelerabas como antes. Seguías siendo la misma. A la que le había dicho que me gustaba. El que había cambiado era yo. Ese día cuando nos despedimos, me dijiste gracias. Fue una linda palabra para terminar lo que no fuimos.

No sé si volveré a verte. Es probable. No te buscare, ni espero que tú lo hagas. Serás una deuda pendiente. El destino dirá si debe ser saldada.

martes, 12 de marzo de 2013

SEDUCCIÓN


La musica nos inunda, llena la habitación de un espectro mágico donde los sonidos ahora también son colores, rayos que rebotan en las paredes y van en todas direcciones, se deslizan en nuestra cara, entran por todos los orificios que tenemos. Es un viento, un remolino que nos levanta por el aire en un trance de sensaciones, de sentidos estimulados. Un juego de seducción que nos altera, nos crispa de los pies hasta la cabeza, hormigas que caminan por todas partes, pequeños mordiscos que nos dan placer. A cada momento nos embriagamos de algo que debe ser muy parecido al amor, a la felicidad. He comenzado con una expedición exploratoria por su espalda, un roce delicado de las yemas de los dedos que caminan surcando su piel, reconociendo el nuevo territorio y Colonizándolo

Volamos por las paredes que son cuatro, nos asentamos sobre ellas, nos sirven de soporte para apoyar nuestros pesos, porque queremos ser uno, estar tan juntos como sea posible. Estamos trenzados, rebotando al ritmo de la música que suena, flotando un poco, elevados del piso, multiplicando movimientos para unirnos. La mirada se convierte en una herramienta para el ataque, un prisma que concentra todo el deseo.  Sintiéndonos eternos en ese instante. Quiero ver a través de sus ojos, encontrar su alma detrás se sus costillas, escarbar hasta ella, tocarla y abrazarla, robarla para mí, para que ahora sea mía, poder estar juntos después de esta habitación, ser aire, ser recuerdo, encontrarnos etéreos entre nuestros pensamientos.

Las palabras viajan en el susurro hasta nuestros oídos, afloran en una enramada erótica que se aferra a nuestra cabeza, nos impulsan hacia adelante en esta pequeña batalla que tal vez tenga dos ganadores. La realidad se vuelve difusa, como dentro de un sueño, ya no contamos el tiempo. Nos enfrascamos en caricias que caen como lluvia, mojando cada parte de nuestros cuerpos, incrementado su fuerza cada vez que nos acercamos. La temperatura aumenta caprichosa sus grados. Cuerpos humeantes, apunto de quemarse, prenderse en fuego, pero que desafiantes se siguen calentando. Su pelo abundante y negro cae sobre su cara, cubriéndola a la mitad, ella lo mueve de vez en cuando para acomodarlo, yo la busco entre el para besarla, para tocar sus labios, para sentir su piel húmeda, respirar junto a ella. Atrincherarnos para compartir el aire que resulta esquivo y pasa entrecortado por nuestra boca.

Sus piernas infinitas, son agarres para escalar hasta a ella, una montaña de cumbre empinada que bifurca su camino. Me ayudan a escurrirme hasta su interior, probarla y descubrir su sabor. Su piel es la más suave que haya tocado, recorrerla es una tarea incesante, que requiere todo mi empeño.  Ya no existirá nada después de este momento, no habrá más movimientos en la habitación.  Nuestros pensamientos van a toda velocidad proyectando cada gesto, cada contacto, todo cuanto nos procura placer. Trabaja hasta su límite, para conectar con nuestro cuerpo, para hacernos sentir esto tan parecido a un estado sublime, divino, donde no hay dolor, donde todo es bienestar, lo que dicen las personas que murieron y volvieron a la vida, esa sensación placida que irradia todo alrededor y en la que ya no hay cabida para lo aciago. Los latidos del corazón se incrementan tanto que retumban por toda la habitación, son más fuertes que la música, es el punto de no retorno, debe ser el final de la batalla, puede ser que terminemos muertos. Quiero decir que si termino muerto, con el corazón explotado, definitivamente valió la pena pelear.


sábado, 2 de marzo de 2013

EL CAMPESINO


Su piel esta ajada, cuarteada por la experiencia, por las jornadas que comienzan cuando todos dormimos, cuando el día todavía parece no haber comenzado. Está vestido por su uniforme, una camisa que conserva opacos sus colores originales, con unos botones deshilados, su pantalón es negro, cubre unas botas de color café que afirman sus pies cuando camina. Tiene un sombrero blanco con una franja negra en su base. Tiene su corazón corroído de la injusticia, de la indolencia de un gobierno oligarca y opresor de los suyos. Él es solo uno de  Millones de personas que se reflejan en su rostro.

Hoy está peleando en la calle, lejos de su tierra, de lo que es suyo, obligado a cubrirse la cara para no ahogarse entre el humo fascista que reprime el reclamo de una vida digna. De tener lo que le corresponde. Un hombre noble obligado a enfrentarse con la fuerza  corrupta que tiene el régimen para garantizar sus propósitos terroristas. Cobardes que están acorazados  y se sienten invencibles golpeando a su paso. Apandillados  que ante la impotencia de su propia ignorancia solo pueden responder como animales, deshumanizados, sin saber que es a su mismo pueblo el que golpean.

Es un hombre bueno, pero rebelde, con una voluntad inquebrantable, con una fuerza de espíritu superior, sabe porque pelea, por la justicia, por el bienestar de unos muchos, de  la mayoría.

La desigualdad del país, sus vidas empobrecidas donde hay todo para no estarlo, lo llena de rabia. Él y ellos ya no pueden estar más así, a la deriva en un lugar donde unos pocos llenan sus bolsillos explotando a los que no tienen nada. Salarios indignos, negociaciones desventajosas por los productos que cultivan, a los que les han dedicado su vida entera, sus 67 años. Pelea por garantías para cultivar la tierra. Un señor con sombrero enfrentado  altivo y contestatario a los que lo quieren callar, a los que no escuchan sus gritos.

Hoy sus ojos están llenos de lágrimas, sin entender la maldad de la que es víctima, la indiferencia de los que venden el país al mejor postor. De ver que vive en un mundo al revés, donde de sus derechos se ponen en discusión, en cuestionamiento según las circunstancias. Alza su voz con el grito del pueblo, proclamando poder trabajar, ya no ser un ciudadano de segunda clase en su patria. Resistirá de pie, porque sabe que es más grande, todos unidos son más fuertes. No se arrodillara porque sabe que al final del día vencerá.

domingo, 24 de febrero de 2013

SIMON VALENTIN TRES


Yo conocía la gata de la vecina. La del apartamento que estaba arriba del de Juan Luna. Era Agatha, siempre venía con la vecina, desde el primer día me había caído muy bien, era una gata atrigresada de carácter fuerte, eso lo supe cuando me aruño la cara por olerla en la cola. Nos asomábamos por el balcón para sentir el viento chocando en nuestros bigotes y poder ver el atardecer. Los dos jugueteábamos en la sala. Agatha siempre era muy refinada, caminaba afrancesada y estilizada entre los muebles como si estuviera siendo reverenciada por una multitud. Su pelo era largo y lizo, siempre estaba perfectamente acomodado, cuidado al detalle. Era realmente una princesa. Ella dejaba su trono, para visitar a sus súbditos, molestos, malolientes, pero necesarios. Esos éramos Juan luna y yo. Al principio supongo que no le agradaba mucho la idea de venir a este apartamento, pero después empezó a disfrutar el estilo rupestre que se encontraba cuando venía. Las nubes naranjas que veíamos moverse en el horizonte. Los recuerdos cabalgantes que viajan hacia otras tierras. Que imaginábamos cuando mirábamos por la ventana. Desde ahí nos podíamos ver superiores, las personas lucían como hormigas, insignificantes a la mirada. Caminando erráticamente por la calle.

Tengo que decir que Manuela, la vecina, tocaba la puerta de Juan Luna con mucha frecuencia. Ella era una mujer carismática, que siempre estaba tranquila, dueña de la situación con su alegría. Tenía un sentido del humor bastante refinado. Cuando los escuchaba hablar, ella siempre se reía de Juan Luna, de su torpeza, de su aspecto desaliñado y de sus ocurrencias. Me gustaba que me acariciara, subirme atrevidamente en sus piernas y dejar que frotara sus dedos contra mi cabeza diciendo que era lindo, que era un gato lindo. Yo la olía y me restregaba contra su vientre. Siempre tenía una fragancia estimulante y embriagadora emanando de su cuerpo, un narcótico con olor a cítrico. Su pelo era ensortijado y caía sobre sus hombros, su piel era acanelada, tenía un rostro con rasgos delicados, su mirada estaba pacificada y se amplificada en sus ojos almendrados que miraban fijamente. Se vestía con blusas sencillas y pantalones remarcados para su cadera, de muchos colores, azules, verdes, cafés, rojos, amarillos. Era inevitable mirarla, perderse en los colores que se movían envueltos en fu figura.

Manuela y Juan Luna eran amigos que se habían toqueteado en una noche ambientada por el licor añejado y los porros. Todo eso paso en el apartamento de ella. Lo supe, porque después escuche como hablaban de lo aparatoso que había resultado el encuentro, no por la pasión desbordada, sino por la falta de coordinación que los hizo quebrar una mesa de vidrio al querer tenderse sobre ella. Como esto no había no trascendido más allá de un revolcón, terminaron siendo amigos. Ellos pasaban tardes hablando, ella venia y le cocinaba algo rico y después se sentaban a comer. Yo me sentía feliz por tenerla con nosotros, era una amiga de los dos. Además cada vez que venía traía a Agatha la emperifollada gata que se contoneaba por la puerta con un aire de superioridad.

Las tertulias entre ellos dos pasaban por todos los temas, subían y bajan en una espiral de palabras que recorrían la literatura, la política, el sexo, la comida, los deportes, la religión, el clima, Amanda. Ese también era un tema del que hablaban, Manuela conocía de la relación accidentada entre Juan Luna y Amanda. No se encontraba entre sus afectos, un par de veces se habían visto, yo estaba ahí, mirándolas. Era un ambiente tenso el que se formaba cuando estaban los tres. Una sensación de calma antes de la tormenta. Algunas veces Amanda se quedaba a la tertulia. Dos mujeres en el centro, dominando la situación, debatiendo sobre la vida en el mueble de Juan Luna. Solo la noche se llevaba la tensión  entre las dos, todos estaban más felices, el alcohol ya los recorría, el humo subía de colores hacia el techo y se llevaba la saña entre Manuela y Amanda. El tiempo se detenía. Amanda besaba a Juan Luna, se le comía la boca, lo golpeaba con los dientes en sus labios, era una lucha. Los dos se agarraban del cuello para los embates. Era una mezcla entre amor y odio la que los impulsaba. Amándose y odiándose al mismo tiempo. Una escena irreal que nos tenía a Manuela y a mí, como espectadores en la primera fila.

Ellos se iban sin decir nada de la sala, y Manuela se quedaba sola sentada en el balcón del apartamento. Prendía lo que quedaba de algún porro y lo pasaba con Whisky. Miraba entre la noche al horizonte, iluminada por  la luna. Yo me refregaba a ella para llamar su atención. Ella me recogía del piso y me ponía entre sus piernas, cargándome. Yo me desparramaba y la miraba. Era una mujer hermosa que me acariciaba con amor. Era un buen momento para morir, junto a ella, acostado en sus piernas, oliéndola, y perdido en su mirada.

viernes, 15 de febrero de 2013

UN TRISTE SUEÑO


Es el primer día del mes, él va en un taxi hacia algún lado. Hace mucho frío,  las nubes grises ocultan el sol, la niebla cubre la ciudad. Es un ambiente melancólico donde todo luce más opaco, las calles están mojadas con una suave brisa que cae. El corazón le late con ritmo menor, su pecho le duele, es un dolor que no había sentido antes. Las ventanas del taxi se cubren de bruma, él pasa su mano por la ventana para ver hacia donde van. Su cara le pesa, siente que se quiere caer, algo dentro de él quiere salir. Le sorprende lo gris de las cosas que ve por la ventana al pasar, le hacen una invitación a la tristeza. Sus dedos están pálidos, salen con su mano de un saco negro. El frío le empieza a doler en el cuerpo, le recorre los huesos, le hiela el alma en su paso.

Él no sabe cómo entro al taxi, no sabe en qué momento se sentó, no lo recuerda. Pero sabe hacia dónde va. Sabe que al llegar a destino la nostalgia va a ser lo único que sienta, sus pensamientos están puestos en ese lugar, de donde va a partir lo único que ha querido en mucho tiempo. Sus pensamientos abordaran un expreso hacia la nada, serán mutilados, andarán por un camino minado cuando ponga sus pies en el asfalto. La neblina cubre el camino, solo pueden ver pocos metros delante de ellos, es como si se hicieran paso al andar, si descubrieran el camino con cada metro que recorren. Él solo le puede ver la nuca al conductor, el espejo retrovisor no le devuelve una cara, pero nada  le resulta extraño. Él solo está pendiente de no desintegrarse, de no ser niebla, y de no desvanecerse.

El tiempo está congelado, él no puede decir con certeza cuanto tiempo ha estado sentado en el taxi, ya han pasado muchas calles, son sitios familiares para él. Cada uno está asociado a una persona o algún evento que evoca en su mente un recuerdo. Sitios que son parte del gran rompecabezas de sentimientos que lo tienen ahora viendo la ciudad nublada y triste.

Las sensaciones empiezan a ser más violentas, cuanto más triste se siente, más llueve, ahora no es solo brisa la que los cubre, se abre el cielo ante ellos, la lluvia golpea el carro con virulencia. El conductor esta inmutable solo mueve sus manos para no salirse del camino. Los sacude el viento, en un bamboleo hacia los costados, la turbulencia de sus pensamientos lo sacuden contra las puertas. Él va como el presidiario que tiene una cita con la cámara de muerte, donde le darán una inyección letal que se clavara en sus carnes más bien como una puñalada desgarradora.

El aeropuerto es  su destino porque es allí donde él despedirá una parte de su corazón, la parte que le hacía sentir, la parte donde habían crecido el amor, y la sensación de bienestar que lo hacía levitar, que cortaba con todo sufrimiento, que lo hacía dormitar entre las sabanas que lo cubrían de caricias. Se va a ir lo que él pensó que no lo mataría.

Han llegado al final del camino, el comienzo de su real sufrimiento. El taxi se detiene, él abre la puerta y pone los pies afuera, al mismo tiempo  se ve inundado de la neblina que lo recorre, siente un frío sepulcral que le golpea la cara. Cierra la puerta y camina hacia el aeropuerto. Será la última estación para su tristeza. Entra por una puerta grande, pasa por varias hileras de asientos vacíos, y entra a una habitación de ventanas de cristal de donde puede ver una pista. Él sabe que es el lugar donde será abandonado por el bienestar que había sentido tiempo antes. Escucha un ruido estruendoso de un avión que carretea al inicio de la pista. Esto es lo que él vino a ver, como se le iba el amor, el cuerpo portador de ese amor. Una herida en su brazo se expande y deja salir un espeso líquido viscoso que trae todo lo que él tenía sobrevencido, en mal estado, contaminado por la tristeza y el desconsuelo.

El avión alza vuelo y rompe las nubes grises, lo que le permite ver un rayo de luz que descubre el sol, ese que hasta ahora nunca había visto y descascara las nubes para resplandecer con un brillo casi segador. Él camina con buen día de regreso a ningún lado, reponiéndose de la lucha que ha  sido el sueño, camina erguido y desafiante. Intenta prevalecer al embate de lo que se ha ido, le da un repaso a todo cuanto lo extasió y que se fue hacía lo que ya no será nada. 

lunes, 4 de febrero de 2013

AVANZAR PARA NO CAER


Avanzo pero siento mi recorrido interminable. Los arboles se hacen cada vez más frondosos, ya no veo la luz, casi tengo que tantear el camino para no caer al abismo, todo esta oscuro.
Al fondo escucho un río, quiero llegar para beber, me siento observado, deben ser los animales que atrae mi caminar constante.

Me aterra ver los ojos brillando desde todas direcciones, no puedo distinguir sus figuras, solo sus ojos inquietantes que me siguen con cautela, esperando quizás a que me caiga para atacarme.

El río es muy grande, trato de entrar pero la corriente es muy fuerte, ya no me puedo devolver, tengo que seguir avanzando. Salto al río  sintiendo un pánico aterrorizante, el agua esta muy fría, lucho para salir, para respirar, no puedo.

Pienso en rendirme, dejar simplemente que la corriente me arrastre, que decida donde votar mi cuerpo. Pero mi orgullo me hace luchar, patalear para salir, como puedo me sostengo de una rama, la orilla esta varios metros sobre mi cabeza. Todo mi cuerpo tiembla, tengo que salir, trepo colgándome de las ramas que me raspan y me cortan los brazos. Estoy adolorido, me tiendo sobre la orilla.

Por fin amanece, toda la oscuridad se va, el bosque parece más amigable. Dejo el río atrás y empiezo a caminar entre los árboles, la bruma de la mañana me moja la cara, estoy despierto.

martes, 29 de enero de 2013

OTRA VEZ VIERNES



Era viernes en la noche, el día en que las almas y sobre todo los cuerpos salen a rondar los sitios cargados de música rimbombante y gente atrincherada. Ese día había quedado de encontrarme con un amigo en el Bar de la carrera quinta, ya había ido varias veces ahí, era un buen sitio. En la entrada se tenía que  superar el roce desanimado y que no servía de nada para luego subir por un camino empedrado de cuatro escalones grandes que depositaban a la gente en una especie de patio grande. Al lado izquierdo estaba la barra y algunas mesas en una especie de cuartos de casa separados por muros y  de  luz tenue, era el lugar para las parejas, quizás las personas que tenían una primera cita y necesitaban un lugar reservado para hablar. Al lado derecho después de subir las escaleras había muchas mesas en un piso hecho de piedras de tamaño pequeño sobre las cuales se posaban las mesas. En los días en que el cielo estaba despejado el techo se podía guardar mecánicamente y dejar el sitio al aire libre. En la mitad del patio había una fuente de agua (nunca la vi funcionando, siempre que iba al bar, la fuente de agua, no tenía agua).

Ese día había una banda de música folclórica tocando, había mucha gente parada cadenciosa al ritmo de los tambores y las gaitas y el canto hechizante de una mujer que parecía haber absortado a todos a otro lugar.

Entre toda la manigua de gente pude ver a mi amigo para saludarlo, su nombre era Luis un estudiante de medicina, que le gustaba vestirse bien y cambiar de mujeres como quien se cambia los calzoncillos, tenía un personalidad desenfadaba y tranquila. Le toque el hombro y el voltio como sabiendo que era yo, me saludo afectuosamente. Él estaba acompañado por dos mujeres. Una era joven de piel trigueña de estatura baja y ojos almendrados. La otra parecía mayor, de estatura mediana y piel blanca, su pelo era negro corto, tenía los labios pintados de rojo intenso, era inevitable poner la atención en su boca roja. Llevaba puesta una chaqueta de cuero negra, bailaba perdida entre el retumbar de la música, interpretando cada variación de esta con un movimiento, en compás y sintonía perfectos. Él se acercó a ellas y me presento con una serie de adjetivos y honores que no me describían y de los que no me hacía cargo, la exageración que tienen los que nacieron en esta ciudad. Yo las salude extendiéndoles la mano y me presente. Las dos estaban sometidas a la noche, despreocupadas por lo que pasara al otro día, puestas en ese lugar, ancladas de la luna que podíamos ver y magnetizadas por la música.

- Mucho gusto, Camilo  – dije. Todavía  tímido por la presentación y les extendí la mano.

- Sara y Michelle, respondieron - Las dos me saludaron sonriendo.

Sara era la mujer más joven, tenía una mirada picara, con una sonrisa dibujada en su rostro que ponía huecos en sus mejillas. Parecía estar feliz con la vida en ese momento, cada cierto tiempo soltaba una risa contagiosa, lo que me di cuenta después. Michelle reflejaba seguridad. Bailaba con los ojos cerrados, delineaba movimientos con sus brazos y su cadera. Realmente se veía linda, no había hablado mucho, parecía estar solo dispuesta a bailar, con su mente en otro sitio que no era en el que estábamos.

Salí un momento del bar para fumar un cigarrillo, quise alejarme por un momento del atrincheramiento y botar el humo gris en la calle. La ciudad parecía estar muy viva esa noche, lo carros y la gente no paraban de pasar. Rodando por el pavimento, trasegando la noche. Volví al bar, Luis y Sara estaban sentados en la mesa, enzarzados en una especie de lucha amatoria, diagramada por los besos. Michelle estaba parada todavía vibrando con la música, invisible en su burbuja sin importarle mucho lo que estuviera pasando afuera.
En un momento mientras yo la miraba, parado junto a ella pero con la distancia que me permitía,  voltio su cara hacia mí y me dio la mano para entrar a la burbuja, no me dijo nada, solo me invito a la burbuja, tal vez para sentirse acompañada, aunque no me hablaba, ella seguía en el trance folclórico. Esta mujer se veía extraordinaria, mimetizada con la noche, hermosa en su burbuja.

Ya eran casi las tres de la mañana, la noche en el bar se iba acabando, los tambores dejaban de sonar, todos se empezaban a ir. Luis y Sara querían alargar la noche, Michelle nos propuso ir a su casa, todos aceptamos desde antes de que lo dijera. Salimos del bar de la calle quinta, ya no había tantas almas caminantes, el asfalto estaba mojado por la noche, el sudor de tantos caminantes de la noche, cómplice de algún modo. Caminamos hasta la esquina y bajamos un par de cuadras hasta el parqueadero. El carro era pequeño de color negro, Yo entre atrás con Michelle, íbamos para un apartamento en la avenida Santander, estaba cerca del bar. En el camino yo miraba el cuello de Michelle, tan largo, descubierto por su pelo que era muy corto.

-Me gusta tu cuello- dije.

-¿Qué?- respondió, sorprendida.

-Me gusta tu cuello, se ve muy largo, es lindo-dije. Era muy raro decirle eso, pero desde mi lado miraba. Me preguntaba como seria morderla esta noche, saborear su cuello.

-¿Estas borracho, camilo?- Me pregunto. Solo reí, con los labios cerrados, tan cerrados como para no morderla.

-Me caíste bien- dijo y voltio su cara para mirar por la ventanilla.

Entramos al apartamento, es un sitio muy pequeño, había una cocina al lado izquierdo de la entrada, en la sala solo cabían un par de muebles y el comedor. Había dos cuadros. Uno era de una mujer con una corona de laureles que posa con una túnica blanca, el otro es un paisaje. Nos sentamos en los muebles y Michelle se fue hacia lo que parecía ser un cuarto. Cuando volvió traía una caja llena de discos, la soltó sobre el piso, la caja se rompió y todo se regó por la sala.

-Aquí tienen toda la hijueputa música del mundo, solo tienen que ponerla- dijo. Solo pude reírme viéndola  cargar la caja pesada con discos.

Sara se arrodillo en el piso y empezó a hurgar en la caja con los discos. Todos de diferente color, tamaño de letra, personas que aparecían sonrientes en las tapas, ropa holgada, ajustada. Mujeres empacadas entre ajustados vestidos, rockeros rompiendo guitarras, arcoíris atravesados por pentagramas, escaleras tridimensionales infinitas, sombreros, rosas, planetas, triángulos, uvas, narices, bocas, esqueletos con cascos, ladrillos, grafitis, vacas, bebes bajo el agua, cruces, calles, rayos. 

Michelle tenía razón, era toda la hijueputa música del mundo.

Aparecieron varias botellas de aguardiente y algunas cervezas sobre la mesa de la sala. La música nos empezaba a invadir de nuevo. Luis bailaba con Sara, apretándola sobre él, tanto como era posible. Ella reía, disfrutando la situación, su rostro se llenaba de sudor, sus huecos en las mejillas lucían encandilantes.

Yo fumaba en el balcón del apartamento, era una noche nublada, no podía ver las estrellas, al frente se podían ver las luces de la ciudad, parecía un pesebre lleno de luces a la distancia. Pensaba en las personas debajo de las luces, como sería su viernes. Muchos tal vez estarían durmiendo, cuantos podrían estar mirando hacia este apartamento. Michelle ponía la música, y tomaba cerveza, yo en ciertos ratos me volteaba para mirarla, para mirar su cuello, su pelo corto, y su rojo en los labios resistentes a la noche. 

-Me gusto como bailabas en el bar, ¿Por qué? me invitaste a la burbuja- le dije a Michelle.

-¿Cuál burbuja?- respondió, sin entenderme.

-En la que bailabas- dije.

Ella ahora fumaba conmigo, yo le mostraba todas las luces de la ciudad, mientras se reía de algún chiste malo que le contaba. Por momentos solo podía mirarla. Bailaba a mi lado con los ojos cerrados, como las personas que están muy concentradas en algo, me gustaría saber que pensaba en ese momento. Me quito el cigarrillo y siguió fumando, bailando frente a mí, mirándome, invitándome a la burbuja, sus ojos parecían hablar. Yo bailaba ahora con ella, por primera vez en la noche, tan juntos como Luis y Sara, sintiéndola toda, moviéndonos para seguir la canción, pero al mismo tiempo para hablar mirándonos, mis brazos estaban caídos, como el boxeador apunto del Knockout. Dispuesto para el embate. Ella subía sus brazos moviéndolos con todo el cuerpo, suspendida en el tiempo. Yo ya no podía ver nada más detrás de ella, mis ojos miraban solo su cara, las luces de la ciudad quedaban atrás, ahora me iluminaban sus labios rojos. Me abrazaba poniendo sus brazos alrededor de mi cuello, sudábamos, su cuello estaba tan cerca como para morderlo. Mis labios empezaban a estar rojos, manchados por los suyos, húmedos, encajados, movidos por la música, coordinados con los cuerpos. Era un pulso de fuerza,  nos turnábamos para dominar. Mis manos en su cuello acariciándolo, recorriéndolo, grabándolo con cada roce en mi cabeza, su corazón palpitando junto al mío, acelerado por el calor.

Un instante de magia que termino cuando se terminó el disco. Ella volvió a buscar música, y me repitió en el oído, -me caíste bien-.

Las botellas de aguardiente se fueron acabando. Todos empezamos a car hundidos en los muebles, desparramados por la sala, desgastados por el alcohol y el viernes. Con los ojos caídos de cargar la noche. Ya la noche empezaba a ser día y el viento entraba gélido por la ventana. Me levante y fui al baño para lavarme la cara. Mirándome en el espejo vi mis ojos rojos, como de las personas que han llorado mucho o han vivido mucho la noche o como alguien que lo ha hecho todo junto. Todos dormían, solo mire por última vez el cuello de Michelle, tan largo como siempre y Salí del apartamento bajando por las escaleras de otro viernes.

miércoles, 23 de enero de 2013

SIMON VALENTIN


UNO

 Hoy es un día muy azul, el sol esta resplandeciente puedo ver las nubes en el cielo, me gusta descubrir figuras en las nubes, a veces hasta puedes reconocer caras conocidas, siempre busco la de Juan luna pero nunca la he visto. Bajo las escaleras de la azotea saltando de dos en dos, es divertido correr por las escaleras, siempre me dejan la puerta abierta, eso es lo que me gusta de vivir en esta casa, puedo pasear casi cuando quiera. Pero todo no es bueno, aun no les perdono lo de mi entrepierna.

Camino por entre los muebles de la sala, busco mi tasa de comida en la cocina, ya estoy cansado de comer esto, sabe horrible, juro que en el momento menos pensado y cuando Juan luna este distraído me comeré su carne del plato, probare su cerveza y botare el plato al piso. Espero que me siente a comer con el después de eso.

Entro a su cuarto, esta con Amanda. Ella ha venido muchos estos días, se queda toda la noche con el, después se levanta desnuda solo con una camisa y prepara el desayuno. Me cae bien, el otro día dormimos juntos, me hizo caricias hasta que nos quedamos dormidos. Ella siempre se sienta en un mueble de la sala, prende un cigarrillo y mira por la gran ventana del apartamento, yo mientras tanto la miro desde un costadito, tiene una lindas piernas y su pelo, ensortijado la hace ver muy sexy, he podido ver todos sus lunares, ese que tiene en la parte baja de su espalda con forma de lagrima.

Juan Luna se levanta, sale del cuarto muy despeinado y con unas ojeras que le llegan hasta el piso, anoche debió ser otra de esas noches, pienso. No habla con Amanda solo se sienta a su lado y le pide un cigarrillo, se hace un silencio tenso que se prolonga por varios minutos, tantos como para crear un lenguaje de miradas, reproches que salen de los ojos de Amanda y entran en los de  Juan luan devastándolo. Estos dos tienen una manera rara de quererse, están locos.

Los dos se sientan a desayunar, puedo oler que son huevos revueltos con cebolla y muchos tomates, muy rojos. Me sobo por las piernas de Amanda complicemente esperando que me invite a comer junto a ella, que entienda mi mensaje. Ella me acaricia la cabeza casi ignorándome, ellos todavía no se hablan, me resigno y voy a la cocina a buscar mi plato de concentrado.
Me asusta un zapato que cae a mi lado, corro a esconderme, Juan luna le esta botando toda la ropa a Amanda, él  dice que ya no quiere estar mas con ella, que lo esta matando, que se vaya y no vuelva mas, ella lo insulta y le dice que no la merece, sale vistiéndose, recoge el zapato que cayó cerca de mí y alcanzamos a cruzar una ultima mirada, después se va golpeando la puerta.

Entro al cuarto, Juan luna esta acostado en la cama con los pies sobre la pared, parece que así piensa mejor. Me echo a su lado, lo miro y le digo telepáticamente que es un idiota por echar a amanada de su casa así. Ella es la única mujer que se ha aguantado su locura, su mal humor y que duerma como un oso en hibernación.

Yo siempre estoy con él aun en sus peores momentos cuando la vida parece no importarle. Desde ese momento es como si los dos nos hubiéramos prometido no dejarnos. Vamos estando más jodidos los dos, empezamos a padecer los días. Yo encuentro consuelo yendo a la azotea, buscando en las nubes y la libertad del aire que mueve mis bigotes.



DOS

Amanda tiene las piernas largas, su piel almendrada la recorre toda, su cadera se contonea de un lado al otro hamacando su candencia, sus ojos azules como el cielo mismo, y su pelo corto pintado de rojo que parece ser la primera señal de advertencia. Ella siempre quiere llamar la atención, una vez me conto que cuando era niña, quería que sus papas la llevaran de viaje en vacaciones, pero sus papa tenía mucho trabajo y no podía salir de la ciudad tanto tiempo. Unas semanas antes de sus vacaciones y sabiendo que no la iban a complacer, dejo de comer, se negaba a comer. Su papa en muchas veces perdía la paciencia y amagaba con castigarla fuertemente, pero ella no desistía en su capricho. Después de varios días de la guerra entre Amanda y sus papas, ellos se rindieron y la llevaron de viaje en sus vacaciones. Esa fue solo una de las batallas que Amanda estaba dispuesta a pelear. Su mirada siempre desafiante, dispuesta para la lucha, pelear por lo que quiere y hacerlo a su manera.

Empezamos a vernos más seguido, primero en el bar donde tomábamos cada fin de semana, después en su casa. Todavía en ese tiempo ella era un enigma, a veces tierna, pidiendo ser contenida, y después la mujer fatal, su arrogancia, su mirada inquietante. Durante esas noches parecía como si estuviera en otra parte, su mente volaba con las vibraciones de la música. Amanda nos seducía, disfrutaba el poder que le daba reducirnos, golpearnos con sus movimientos, tener esa sensación de superioridad. Nosotros ya éramos amigos, me llamaba en la semana para acompañarla a sus cosas, creo que veía en mí un amigo confiable y eventualmente un amante.

Eran los días donde empezábamos a atrincherarnos con el alcohol, pasábamos varios días de la semana tomando. La tarde, y la noche los escenarios que nos acercaron. Era una montaña rusa, cada vez diferente. Amanda era una mujer especial yo siempre se lo decía, muy femenina pero equipada con una armadura de rudeza. Me pedía que la llevara al mirador y estando ahí prendíamos un porro y dejábamos hablar el silencio, la luz de la noche alumbraba sus ojos azules y a su pelo lo hacía ver más rojo, más imponente, más que nunca una señal de advertencia. Yo sentía que la quería, en silencio, poco hablamos de los sentimientos, aunque siempre estaban presentes.

lunes, 21 de enero de 2013

EL PESIMISTA CORREGIDO


"..,el corazón, bomba frágil e indisciplinada que se agita intempestiva y dolorosamente en los trances difíciles, anublando la inteligencia y paralizando nuestras manos, y, en fin, la voluntad, algo así como vilano aéreo, fluctuante y a merced de leve ráfaga de viento y que comete la tontería de tomar su movilidad por libertad..."

"...es preciso ser un poco sanguíneo, tener flojas las vías de la inhibición motriz y emocional y algo turbios también los conceptos de la justicia y de nuestro propio valer..."

Santiago Ramón y Cajal

SOLO ELLA




Ella ha tenido cientos de rostros, cada uno maquinado por mí. Me he tomado el tiempo para pensar cómo deben ser sus ojos, sus mejillas, su frente, su pelo, sus orejas, sus labios, su cuerpo. No he perdido ningún detalle, todos los pinceles de mi imaginación dibujando siluetas, conectando extremidades, todos los rasgos que veo entre el espesor de la distancia.

Ella ha apaciguado todos los demonios que me habitan, les ha tensionado sus correas para que no salgan, les ha dado de comer también para menguar sus apariciones que turban mi carácter.  

Ella solo escribe, sus dedos golpean lienzos que vuelan hacia mí, parecen cercanos, pero están impregnados de la espesa niebla que aleja y no deja ver miradas en la oscuridad. Ella es la que no conozco, es solo una mujer apócrifa, es tal vez nada, un amasijo de seres que recorren mi cabeza, que me inquietan. Me intriga conocerla.

Ella es lo que he querido que sea,  la sigo creando vez a vez, moldeándola  y dejándola inmaculada. Siempre trato de encontrarla entre la distancia, corro hacia ella, oigo su voz, la siento en mi piel, vibrando en cada uno de mis vellos, conectando con mis sentidos. Ella huye, no quiere que la vea.

Ella ha estado ahí, escuchándome, confesando mis sentimientos, limpiando mi alma de todas las impurezas con las que vino cargada. Yo siempre tumbado en el sillón, ella siempre atrás sin que la vea, no puedo doblar mi cuello para mirarla, ella solo quiere que la escuche.

Ahora solo quiero conocerla, verla, sentirla, saber quién es en realidad, preguntarle si de verdad existe, preguntarle por este vínculo que me une a ella. Dejar de impostarla en otros rostros. Dejar de ser alfarero, y fotografiar en mi mente, su cara, su pelo, sus brazos, su cuerpo, sus gestos. Guardar en mi mente su recuerdo.

LA HOJA EN BLANCO


Cuantas páginas en blanco para llenar, cuantos recuerdos en mi mente, escribir sobre las teclas, golpearlas para exprimir sensaciones, sentimientos, anhelos, ilusiones, la ambición de escribir, pero sobre todo de ser leído, de ser escuchado. Siempre me pregunto de donde viene esta necesidad de escribir, creo que ha estado siempre en mí, aunque nunca mostré mucho interés en el hecho de reunir letras en el papel, si sentía una inquietud creciente de la manera en cómo se comunicaban las personas, el lenguaje, la expresión, las variaciones en eso que nos hace personas.

Escribir es un ejercicio de conocimiento de uno mismo, es tal vez por eso que me he embarcado en la tarea, ambiciosa, desmesurada tal vez, pero yo siento que me debo conocer, que puedo escribir y que quiero escribir. Voy a especular siempre pensando que me van a leer, es una cosa que se pueda dar o no. Solo quiero saber más de mí, hurgar mi conciencia, y ya que estoy ahí golpear las teclas del computador y ver qué historia puede salir.

Es una necesidad que ha crecido, que me calienta el alma, voy a tratar hilar una red de palabras, una maqueta borrosa que se pueda transformar en historia. Es un acto de egocentrismo, de creer que lo puedes hacer, esa sensación de una creación tuya puede ser apreciada por otros. 
Ser un narrador pretencioso de la realidad, la realidad que pueda ver o un inventor de ficciones queriendo ser contrastarlas con la realidad, simularlas en la realidad. Vulnerar las barreras y limitaciones de mi prosa, para camuflar una idea  en el texto.  Atreverse a sentir.

Gritar al vacío y esperar un eco, esperar una respuesta en un espacio que no se  conoce, es preguntarles a personas que no tienes cerca, confrontarlas con las letras, tratar de generar un impacto. Es ser pretencioso  eso es lo que quiero ser, pretencioso de lo que escribo. Ir por una calle que no conoces con las luces apagadas, y llegar a destino. Tratar de no desbarrancar en el intento.