Era viernes en la noche, el día
en que las almas y sobre todo los cuerpos salen a rondar los sitios cargados de
música rimbombante y gente atrincherada. Ese día había quedado de encontrarme
con un amigo en el Bar de la carrera quinta, ya había ido varias veces ahí, era
un buen sitio. En la entrada se tenía que superar el roce desanimado y que no servía de
nada para luego subir por un camino empedrado de cuatro escalones grandes que depositaban
a la gente en una especie de patio grande. Al lado izquierdo estaba la barra y
algunas mesas en una especie de cuartos de casa separados por muros y de luz
tenue, era el lugar para las parejas, quizás las personas que tenían una
primera cita y necesitaban un lugar reservado para hablar. Al lado derecho
después de subir las escaleras había muchas mesas en un piso hecho de piedras
de tamaño pequeño sobre las cuales se posaban las mesas. En los días en que el
cielo estaba despejado el techo se podía guardar mecánicamente y dejar el sitio
al aire libre. En la mitad del patio había una fuente de agua (nunca la vi
funcionando, siempre que iba al bar, la fuente de agua, no tenía agua).
Ese día había una banda de música
folclórica tocando, había mucha gente parada cadenciosa al ritmo de los
tambores y las gaitas y el canto hechizante de una mujer que parecía haber
absortado a todos a otro lugar.
Entre toda la manigua de gente
pude ver a mi amigo para saludarlo, su nombre era Luis un estudiante de
medicina, que le gustaba vestirse bien y cambiar de mujeres como quien se
cambia los calzoncillos, tenía un personalidad desenfadaba y tranquila. Le
toque el hombro y el voltio como sabiendo que era yo, me saludo afectuosamente.
Él estaba acompañado por dos mujeres. Una era joven de piel trigueña de
estatura baja y ojos almendrados. La otra parecía mayor, de estatura mediana y
piel blanca, su pelo era negro corto, tenía los labios pintados de rojo intenso,
era inevitable poner la atención en su boca roja. Llevaba puesta una chaqueta
de cuero negra, bailaba perdida entre el retumbar de la música, interpretando
cada variación de esta con un movimiento, en compás y sintonía perfectos. Él se
acercó a ellas y me presento con una serie de adjetivos y honores que no me
describían y de los que no me hacía cargo, la exageración que tienen los que
nacieron en esta ciudad. Yo las salude extendiéndoles la mano y me presente.
Las dos estaban sometidas a la noche, despreocupadas por lo que pasara al otro
día, puestas en ese lugar, ancladas de la luna que podíamos ver y magnetizadas
por la música.
- Mucho gusto, Camilo – dije. Todavía tímido por la presentación y les extendí la
mano.
- Sara y Michelle, respondieron -
Las dos me saludaron sonriendo.
Sara era la mujer más joven,
tenía una mirada picara, con una sonrisa dibujada en su rostro que ponía huecos
en sus mejillas. Parecía estar feliz con la vida en ese momento, cada cierto
tiempo soltaba una risa contagiosa, lo que me di cuenta después. Michelle
reflejaba seguridad. Bailaba con los ojos cerrados, delineaba movimientos con
sus brazos y su cadera. Realmente se veía linda, no había hablado mucho,
parecía estar solo dispuesta a bailar, con su mente en otro sitio que no era en
el que estábamos.
Salí un momento del bar para
fumar un cigarrillo, quise alejarme por un momento del atrincheramiento y botar
el humo gris en la calle. La ciudad parecía estar muy viva esa noche, lo carros
y la gente no paraban de pasar. Rodando por el pavimento, trasegando la noche. Volví
al bar, Luis y Sara estaban sentados en la mesa, enzarzados en una especie de
lucha amatoria, diagramada por los besos. Michelle estaba parada todavía
vibrando con la música, invisible en su burbuja sin importarle mucho lo que
estuviera pasando afuera.
En un momento mientras yo la
miraba, parado junto a ella pero con la distancia que me permitía, voltio su cara hacia mí y me dio la mano para
entrar a la burbuja, no me dijo nada, solo me invito a la burbuja, tal vez para
sentirse acompañada, aunque no me hablaba, ella seguía en el trance folclórico. Esta mujer se veía extraordinaria, mimetizada con la noche, hermosa
en su burbuja.
Ya eran casi las tres de la
mañana, la noche en el bar se iba acabando, los tambores dejaban de sonar, todos
se empezaban a ir. Luis y Sara querían alargar la noche, Michelle nos propuso
ir a su casa, todos aceptamos desde antes de que lo dijera. Salimos del bar de
la calle quinta, ya no había tantas almas caminantes, el asfalto estaba mojado
por la noche, el sudor de tantos caminantes de la noche, cómplice de algún modo.
Caminamos hasta la esquina y bajamos un par de cuadras hasta el parqueadero. El
carro era pequeño de color negro, Yo entre atrás con Michelle, íbamos para un
apartamento en la avenida Santander, estaba cerca del bar. En el camino yo
miraba el cuello de Michelle, tan largo, descubierto por su pelo que era muy
corto.
-Me gusta tu cuello- dije.
-¿Qué?- respondió, sorprendida.
-Me gusta tu cuello, se ve muy
largo, es lindo-dije. Era muy raro decirle eso, pero desde mi lado miraba. Me
preguntaba como seria morderla esta noche, saborear su cuello.
-¿Estas borracho, camilo?- Me
pregunto. Solo reí, con los labios cerrados, tan cerrados como para no morderla.
-Me caíste bien- dijo y voltio su
cara para mirar por la ventanilla.
Entramos al apartamento, es un
sitio muy pequeño, había una cocina al lado izquierdo de la entrada, en la sala
solo cabían un par de muebles y el comedor. Había dos cuadros. Uno era de una
mujer con una corona de laureles que posa con una túnica blanca, el otro es un
paisaje. Nos sentamos en los muebles y Michelle se fue hacia lo que parecía ser
un cuarto. Cuando volvió traía una caja llena de discos, la soltó sobre el piso,
la caja se rompió y todo se regó por la sala.
-Aquí tienen toda la hijueputa
música del mundo, solo tienen que ponerla- dijo. Solo pude reírme viéndola cargar la caja pesada con discos.
Sara se arrodillo en el piso y
empezó a hurgar en la caja con los discos. Todos de diferente color, tamaño de
letra, personas que aparecían sonrientes en las tapas, ropa holgada, ajustada.
Mujeres empacadas entre ajustados vestidos, rockeros rompiendo guitarras,
arcoíris atravesados por pentagramas, escaleras tridimensionales infinitas,
sombreros, rosas, planetas, triángulos, uvas, narices, bocas, esqueletos con
cascos, ladrillos, grafitis, vacas, bebes bajo el agua, cruces, calles, rayos.
Michelle tenía razón, era toda la hijueputa música del mundo.
Aparecieron varias botellas de
aguardiente y algunas cervezas sobre la mesa de la sala. La música nos empezaba
a invadir de nuevo. Luis bailaba con Sara, apretándola sobre él, tanto como era
posible. Ella reía, disfrutando la situación, su rostro se llenaba de sudor,
sus huecos en las mejillas lucían encandilantes.
Yo fumaba en el balcón del
apartamento, era una noche nublada, no podía ver las estrellas, al frente se
podían ver las luces de la ciudad, parecía un pesebre lleno de luces a la
distancia. Pensaba en las personas debajo de las luces, como sería su viernes.
Muchos tal vez estarían durmiendo, cuantos podrían estar mirando hacia este
apartamento. Michelle ponía la música, y tomaba cerveza, yo en ciertos ratos me
volteaba para mirarla, para mirar su cuello, su pelo corto, y su rojo en los
labios resistentes a la noche.
-Me gusto como bailabas en el
bar, ¿Por qué? me invitaste a la burbuja- le dije a Michelle.
-¿Cuál burbuja?- respondió, sin
entenderme.
-En la que bailabas- dije.
Ella ahora fumaba conmigo, yo le
mostraba todas las luces de la ciudad, mientras se reía de algún chiste malo
que le contaba. Por momentos solo podía mirarla. Bailaba a mi lado con los ojos
cerrados, como las personas que están muy concentradas en algo, me gustaría saber
que pensaba en ese momento. Me quito el cigarrillo y siguió fumando, bailando
frente a mí, mirándome, invitándome a la burbuja, sus ojos parecían hablar. Yo
bailaba ahora con ella, por primera vez en la noche, tan juntos como Luis y
Sara, sintiéndola toda, moviéndonos para seguir la canción, pero al mismo
tiempo para hablar mirándonos, mis brazos estaban caídos, como el boxeador
apunto del Knockout. Dispuesto para el embate. Ella subía sus brazos
moviéndolos con todo el cuerpo, suspendida en el tiempo. Yo ya no podía ver
nada más detrás de ella, mis ojos miraban solo su cara, las luces de la ciudad
quedaban atrás, ahora me iluminaban sus labios rojos. Me abrazaba poniendo sus
brazos alrededor de mi cuello, sudábamos, su cuello estaba tan cerca como para
morderlo. Mis labios empezaban a estar rojos, manchados por los suyos, húmedos,
encajados, movidos por la música, coordinados con los cuerpos. Era un pulso de
fuerza, nos turnábamos para dominar. Mis
manos en su cuello acariciándolo, recorriéndolo, grabándolo con cada roce en mi
cabeza, su corazón palpitando junto al mío, acelerado por el calor.
Un instante de magia que termino
cuando se terminó el disco. Ella volvió a buscar música, y me repitió en el
oído, -me caíste bien-.
Las botellas de aguardiente se
fueron acabando. Todos empezamos a car hundidos en los muebles, desparramados
por la sala, desgastados por el alcohol y el viernes. Con los ojos caídos de
cargar la noche. Ya la noche empezaba a ser día y el viento entraba gélido por
la ventana. Me levante y fui al baño para lavarme la cara. Mirándome en el
espejo vi mis ojos rojos, como de las personas que han llorado mucho o han
vivido mucho la noche o como alguien que lo ha hecho todo junto. Todos dormían,
solo mire por última vez el cuello de Michelle, tan largo como siempre y Salí
del apartamento bajando por las escaleras de otro viernes.