lunes, 6 de octubre de 2014

ARRITMIA

La mujer en la ventana esconde su mirada tras las cortinas y trasluce su cuerpo solo lo suficiente para acentuar las dudas. Despierta amores y desliza sonrisas entre la luz de un callejón que se ilumina señalando al fondo. Recorre las calles de una ciudad gris, de gente que brota de la tierra y nace en los andenes. Deambula entre amplias ventanas que la saludan, habla con las paredes que le cuentan historias trágicas, resucitan manchas sobre sabanas teñidas. Ya no hace nada para comprender, aprendió a caminar sobre las olas, expone su cuerpo sangrante desafiando la furia de los golpes de carne.

Camina con falda corta las noches frías y se camufla entre muros húmedos para escapar de las ventanas. Se afirma al asfalto para no elevarse, siempre lista para amar y retorcer el optimismo hasta un suspiro profundo. Tiene una espalda fuerte porque carga con varios cuerpos inútiles que descarta con latigazos secos y versos cargados de carácter.

La mujer de la ventana prende cigarrillos en bocas ajenas que transpiran y se queman en labios rojos, espera la recompensa por las buenas historias que hablaran por ella debajo de la piel. Incursiona presurosa en algunas pasiones estériles que se mueren con la luz de la mañana. El tiempo se detiene en espasmos caprichosos despidiendo los días, golpea en las rodillas los momentos del pasado, les da un brillo melancólico y deja la incertidumbre del tren que  viene marchando sin parar.


Al final todo permanece como esta. Nadie sabe el destino de la mujer de la ventana, su sombra seguirá siendo esquiva entre las calles de la ciudad, adornando muros tristes, convenciendo a descreídos, levantando lázaros desahuciados, olvidando nombres, quemando cabezas, rompiendo almas, rebajando relaciones y renaciendo con cada guerra de amor.

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