martes, 29 de enero de 2013

OTRA VEZ VIERNES



Era viernes en la noche, el día en que las almas y sobre todo los cuerpos salen a rondar los sitios cargados de música rimbombante y gente atrincherada. Ese día había quedado de encontrarme con un amigo en el Bar de la carrera quinta, ya había ido varias veces ahí, era un buen sitio. En la entrada se tenía que  superar el roce desanimado y que no servía de nada para luego subir por un camino empedrado de cuatro escalones grandes que depositaban a la gente en una especie de patio grande. Al lado izquierdo estaba la barra y algunas mesas en una especie de cuartos de casa separados por muros y  de  luz tenue, era el lugar para las parejas, quizás las personas que tenían una primera cita y necesitaban un lugar reservado para hablar. Al lado derecho después de subir las escaleras había muchas mesas en un piso hecho de piedras de tamaño pequeño sobre las cuales se posaban las mesas. En los días en que el cielo estaba despejado el techo se podía guardar mecánicamente y dejar el sitio al aire libre. En la mitad del patio había una fuente de agua (nunca la vi funcionando, siempre que iba al bar, la fuente de agua, no tenía agua).

Ese día había una banda de música folclórica tocando, había mucha gente parada cadenciosa al ritmo de los tambores y las gaitas y el canto hechizante de una mujer que parecía haber absortado a todos a otro lugar.

Entre toda la manigua de gente pude ver a mi amigo para saludarlo, su nombre era Luis un estudiante de medicina, que le gustaba vestirse bien y cambiar de mujeres como quien se cambia los calzoncillos, tenía un personalidad desenfadaba y tranquila. Le toque el hombro y el voltio como sabiendo que era yo, me saludo afectuosamente. Él estaba acompañado por dos mujeres. Una era joven de piel trigueña de estatura baja y ojos almendrados. La otra parecía mayor, de estatura mediana y piel blanca, su pelo era negro corto, tenía los labios pintados de rojo intenso, era inevitable poner la atención en su boca roja. Llevaba puesta una chaqueta de cuero negra, bailaba perdida entre el retumbar de la música, interpretando cada variación de esta con un movimiento, en compás y sintonía perfectos. Él se acercó a ellas y me presento con una serie de adjetivos y honores que no me describían y de los que no me hacía cargo, la exageración que tienen los que nacieron en esta ciudad. Yo las salude extendiéndoles la mano y me presente. Las dos estaban sometidas a la noche, despreocupadas por lo que pasara al otro día, puestas en ese lugar, ancladas de la luna que podíamos ver y magnetizadas por la música.

- Mucho gusto, Camilo  – dije. Todavía  tímido por la presentación y les extendí la mano.

- Sara y Michelle, respondieron - Las dos me saludaron sonriendo.

Sara era la mujer más joven, tenía una mirada picara, con una sonrisa dibujada en su rostro que ponía huecos en sus mejillas. Parecía estar feliz con la vida en ese momento, cada cierto tiempo soltaba una risa contagiosa, lo que me di cuenta después. Michelle reflejaba seguridad. Bailaba con los ojos cerrados, delineaba movimientos con sus brazos y su cadera. Realmente se veía linda, no había hablado mucho, parecía estar solo dispuesta a bailar, con su mente en otro sitio que no era en el que estábamos.

Salí un momento del bar para fumar un cigarrillo, quise alejarme por un momento del atrincheramiento y botar el humo gris en la calle. La ciudad parecía estar muy viva esa noche, lo carros y la gente no paraban de pasar. Rodando por el pavimento, trasegando la noche. Volví al bar, Luis y Sara estaban sentados en la mesa, enzarzados en una especie de lucha amatoria, diagramada por los besos. Michelle estaba parada todavía vibrando con la música, invisible en su burbuja sin importarle mucho lo que estuviera pasando afuera.
En un momento mientras yo la miraba, parado junto a ella pero con la distancia que me permitía,  voltio su cara hacia mí y me dio la mano para entrar a la burbuja, no me dijo nada, solo me invito a la burbuja, tal vez para sentirse acompañada, aunque no me hablaba, ella seguía en el trance folclórico. Esta mujer se veía extraordinaria, mimetizada con la noche, hermosa en su burbuja.

Ya eran casi las tres de la mañana, la noche en el bar se iba acabando, los tambores dejaban de sonar, todos se empezaban a ir. Luis y Sara querían alargar la noche, Michelle nos propuso ir a su casa, todos aceptamos desde antes de que lo dijera. Salimos del bar de la calle quinta, ya no había tantas almas caminantes, el asfalto estaba mojado por la noche, el sudor de tantos caminantes de la noche, cómplice de algún modo. Caminamos hasta la esquina y bajamos un par de cuadras hasta el parqueadero. El carro era pequeño de color negro, Yo entre atrás con Michelle, íbamos para un apartamento en la avenida Santander, estaba cerca del bar. En el camino yo miraba el cuello de Michelle, tan largo, descubierto por su pelo que era muy corto.

-Me gusta tu cuello- dije.

-¿Qué?- respondió, sorprendida.

-Me gusta tu cuello, se ve muy largo, es lindo-dije. Era muy raro decirle eso, pero desde mi lado miraba. Me preguntaba como seria morderla esta noche, saborear su cuello.

-¿Estas borracho, camilo?- Me pregunto. Solo reí, con los labios cerrados, tan cerrados como para no morderla.

-Me caíste bien- dijo y voltio su cara para mirar por la ventanilla.

Entramos al apartamento, es un sitio muy pequeño, había una cocina al lado izquierdo de la entrada, en la sala solo cabían un par de muebles y el comedor. Había dos cuadros. Uno era de una mujer con una corona de laureles que posa con una túnica blanca, el otro es un paisaje. Nos sentamos en los muebles y Michelle se fue hacia lo que parecía ser un cuarto. Cuando volvió traía una caja llena de discos, la soltó sobre el piso, la caja se rompió y todo se regó por la sala.

-Aquí tienen toda la hijueputa música del mundo, solo tienen que ponerla- dijo. Solo pude reírme viéndola  cargar la caja pesada con discos.

Sara se arrodillo en el piso y empezó a hurgar en la caja con los discos. Todos de diferente color, tamaño de letra, personas que aparecían sonrientes en las tapas, ropa holgada, ajustada. Mujeres empacadas entre ajustados vestidos, rockeros rompiendo guitarras, arcoíris atravesados por pentagramas, escaleras tridimensionales infinitas, sombreros, rosas, planetas, triángulos, uvas, narices, bocas, esqueletos con cascos, ladrillos, grafitis, vacas, bebes bajo el agua, cruces, calles, rayos. 

Michelle tenía razón, era toda la hijueputa música del mundo.

Aparecieron varias botellas de aguardiente y algunas cervezas sobre la mesa de la sala. La música nos empezaba a invadir de nuevo. Luis bailaba con Sara, apretándola sobre él, tanto como era posible. Ella reía, disfrutando la situación, su rostro se llenaba de sudor, sus huecos en las mejillas lucían encandilantes.

Yo fumaba en el balcón del apartamento, era una noche nublada, no podía ver las estrellas, al frente se podían ver las luces de la ciudad, parecía un pesebre lleno de luces a la distancia. Pensaba en las personas debajo de las luces, como sería su viernes. Muchos tal vez estarían durmiendo, cuantos podrían estar mirando hacia este apartamento. Michelle ponía la música, y tomaba cerveza, yo en ciertos ratos me volteaba para mirarla, para mirar su cuello, su pelo corto, y su rojo en los labios resistentes a la noche. 

-Me gusto como bailabas en el bar, ¿Por qué? me invitaste a la burbuja- le dije a Michelle.

-¿Cuál burbuja?- respondió, sin entenderme.

-En la que bailabas- dije.

Ella ahora fumaba conmigo, yo le mostraba todas las luces de la ciudad, mientras se reía de algún chiste malo que le contaba. Por momentos solo podía mirarla. Bailaba a mi lado con los ojos cerrados, como las personas que están muy concentradas en algo, me gustaría saber que pensaba en ese momento. Me quito el cigarrillo y siguió fumando, bailando frente a mí, mirándome, invitándome a la burbuja, sus ojos parecían hablar. Yo bailaba ahora con ella, por primera vez en la noche, tan juntos como Luis y Sara, sintiéndola toda, moviéndonos para seguir la canción, pero al mismo tiempo para hablar mirándonos, mis brazos estaban caídos, como el boxeador apunto del Knockout. Dispuesto para el embate. Ella subía sus brazos moviéndolos con todo el cuerpo, suspendida en el tiempo. Yo ya no podía ver nada más detrás de ella, mis ojos miraban solo su cara, las luces de la ciudad quedaban atrás, ahora me iluminaban sus labios rojos. Me abrazaba poniendo sus brazos alrededor de mi cuello, sudábamos, su cuello estaba tan cerca como para morderlo. Mis labios empezaban a estar rojos, manchados por los suyos, húmedos, encajados, movidos por la música, coordinados con los cuerpos. Era un pulso de fuerza,  nos turnábamos para dominar. Mis manos en su cuello acariciándolo, recorriéndolo, grabándolo con cada roce en mi cabeza, su corazón palpitando junto al mío, acelerado por el calor.

Un instante de magia que termino cuando se terminó el disco. Ella volvió a buscar música, y me repitió en el oído, -me caíste bien-.

Las botellas de aguardiente se fueron acabando. Todos empezamos a car hundidos en los muebles, desparramados por la sala, desgastados por el alcohol y el viernes. Con los ojos caídos de cargar la noche. Ya la noche empezaba a ser día y el viento entraba gélido por la ventana. Me levante y fui al baño para lavarme la cara. Mirándome en el espejo vi mis ojos rojos, como de las personas que han llorado mucho o han vivido mucho la noche o como alguien que lo ha hecho todo junto. Todos dormían, solo mire por última vez el cuello de Michelle, tan largo como siempre y Salí del apartamento bajando por las escaleras de otro viernes.

miércoles, 23 de enero de 2013

SIMON VALENTIN


UNO

 Hoy es un día muy azul, el sol esta resplandeciente puedo ver las nubes en el cielo, me gusta descubrir figuras en las nubes, a veces hasta puedes reconocer caras conocidas, siempre busco la de Juan luna pero nunca la he visto. Bajo las escaleras de la azotea saltando de dos en dos, es divertido correr por las escaleras, siempre me dejan la puerta abierta, eso es lo que me gusta de vivir en esta casa, puedo pasear casi cuando quiera. Pero todo no es bueno, aun no les perdono lo de mi entrepierna.

Camino por entre los muebles de la sala, busco mi tasa de comida en la cocina, ya estoy cansado de comer esto, sabe horrible, juro que en el momento menos pensado y cuando Juan luna este distraído me comeré su carne del plato, probare su cerveza y botare el plato al piso. Espero que me siente a comer con el después de eso.

Entro a su cuarto, esta con Amanda. Ella ha venido muchos estos días, se queda toda la noche con el, después se levanta desnuda solo con una camisa y prepara el desayuno. Me cae bien, el otro día dormimos juntos, me hizo caricias hasta que nos quedamos dormidos. Ella siempre se sienta en un mueble de la sala, prende un cigarrillo y mira por la gran ventana del apartamento, yo mientras tanto la miro desde un costadito, tiene una lindas piernas y su pelo, ensortijado la hace ver muy sexy, he podido ver todos sus lunares, ese que tiene en la parte baja de su espalda con forma de lagrima.

Juan Luna se levanta, sale del cuarto muy despeinado y con unas ojeras que le llegan hasta el piso, anoche debió ser otra de esas noches, pienso. No habla con Amanda solo se sienta a su lado y le pide un cigarrillo, se hace un silencio tenso que se prolonga por varios minutos, tantos como para crear un lenguaje de miradas, reproches que salen de los ojos de Amanda y entran en los de  Juan luan devastándolo. Estos dos tienen una manera rara de quererse, están locos.

Los dos se sientan a desayunar, puedo oler que son huevos revueltos con cebolla y muchos tomates, muy rojos. Me sobo por las piernas de Amanda complicemente esperando que me invite a comer junto a ella, que entienda mi mensaje. Ella me acaricia la cabeza casi ignorándome, ellos todavía no se hablan, me resigno y voy a la cocina a buscar mi plato de concentrado.
Me asusta un zapato que cae a mi lado, corro a esconderme, Juan luna le esta botando toda la ropa a Amanda, él  dice que ya no quiere estar mas con ella, que lo esta matando, que se vaya y no vuelva mas, ella lo insulta y le dice que no la merece, sale vistiéndose, recoge el zapato que cayó cerca de mí y alcanzamos a cruzar una ultima mirada, después se va golpeando la puerta.

Entro al cuarto, Juan luna esta acostado en la cama con los pies sobre la pared, parece que así piensa mejor. Me echo a su lado, lo miro y le digo telepáticamente que es un idiota por echar a amanada de su casa así. Ella es la única mujer que se ha aguantado su locura, su mal humor y que duerma como un oso en hibernación.

Yo siempre estoy con él aun en sus peores momentos cuando la vida parece no importarle. Desde ese momento es como si los dos nos hubiéramos prometido no dejarnos. Vamos estando más jodidos los dos, empezamos a padecer los días. Yo encuentro consuelo yendo a la azotea, buscando en las nubes y la libertad del aire que mueve mis bigotes.



DOS

Amanda tiene las piernas largas, su piel almendrada la recorre toda, su cadera se contonea de un lado al otro hamacando su candencia, sus ojos azules como el cielo mismo, y su pelo corto pintado de rojo que parece ser la primera señal de advertencia. Ella siempre quiere llamar la atención, una vez me conto que cuando era niña, quería que sus papas la llevaran de viaje en vacaciones, pero sus papa tenía mucho trabajo y no podía salir de la ciudad tanto tiempo. Unas semanas antes de sus vacaciones y sabiendo que no la iban a complacer, dejo de comer, se negaba a comer. Su papa en muchas veces perdía la paciencia y amagaba con castigarla fuertemente, pero ella no desistía en su capricho. Después de varios días de la guerra entre Amanda y sus papas, ellos se rindieron y la llevaron de viaje en sus vacaciones. Esa fue solo una de las batallas que Amanda estaba dispuesta a pelear. Su mirada siempre desafiante, dispuesta para la lucha, pelear por lo que quiere y hacerlo a su manera.

Empezamos a vernos más seguido, primero en el bar donde tomábamos cada fin de semana, después en su casa. Todavía en ese tiempo ella era un enigma, a veces tierna, pidiendo ser contenida, y después la mujer fatal, su arrogancia, su mirada inquietante. Durante esas noches parecía como si estuviera en otra parte, su mente volaba con las vibraciones de la música. Amanda nos seducía, disfrutaba el poder que le daba reducirnos, golpearnos con sus movimientos, tener esa sensación de superioridad. Nosotros ya éramos amigos, me llamaba en la semana para acompañarla a sus cosas, creo que veía en mí un amigo confiable y eventualmente un amante.

Eran los días donde empezábamos a atrincherarnos con el alcohol, pasábamos varios días de la semana tomando. La tarde, y la noche los escenarios que nos acercaron. Era una montaña rusa, cada vez diferente. Amanda era una mujer especial yo siempre se lo decía, muy femenina pero equipada con una armadura de rudeza. Me pedía que la llevara al mirador y estando ahí prendíamos un porro y dejábamos hablar el silencio, la luz de la noche alumbraba sus ojos azules y a su pelo lo hacía ver más rojo, más imponente, más que nunca una señal de advertencia. Yo sentía que la quería, en silencio, poco hablamos de los sentimientos, aunque siempre estaban presentes.

lunes, 21 de enero de 2013

EL PESIMISTA CORREGIDO


"..,el corazón, bomba frágil e indisciplinada que se agita intempestiva y dolorosamente en los trances difíciles, anublando la inteligencia y paralizando nuestras manos, y, en fin, la voluntad, algo así como vilano aéreo, fluctuante y a merced de leve ráfaga de viento y que comete la tontería de tomar su movilidad por libertad..."

"...es preciso ser un poco sanguíneo, tener flojas las vías de la inhibición motriz y emocional y algo turbios también los conceptos de la justicia y de nuestro propio valer..."

Santiago Ramón y Cajal

SOLO ELLA




Ella ha tenido cientos de rostros, cada uno maquinado por mí. Me he tomado el tiempo para pensar cómo deben ser sus ojos, sus mejillas, su frente, su pelo, sus orejas, sus labios, su cuerpo. No he perdido ningún detalle, todos los pinceles de mi imaginación dibujando siluetas, conectando extremidades, todos los rasgos que veo entre el espesor de la distancia.

Ella ha apaciguado todos los demonios que me habitan, les ha tensionado sus correas para que no salgan, les ha dado de comer también para menguar sus apariciones que turban mi carácter.  

Ella solo escribe, sus dedos golpean lienzos que vuelan hacia mí, parecen cercanos, pero están impregnados de la espesa niebla que aleja y no deja ver miradas en la oscuridad. Ella es la que no conozco, es solo una mujer apócrifa, es tal vez nada, un amasijo de seres que recorren mi cabeza, que me inquietan. Me intriga conocerla.

Ella es lo que he querido que sea,  la sigo creando vez a vez, moldeándola  y dejándola inmaculada. Siempre trato de encontrarla entre la distancia, corro hacia ella, oigo su voz, la siento en mi piel, vibrando en cada uno de mis vellos, conectando con mis sentidos. Ella huye, no quiere que la vea.

Ella ha estado ahí, escuchándome, confesando mis sentimientos, limpiando mi alma de todas las impurezas con las que vino cargada. Yo siempre tumbado en el sillón, ella siempre atrás sin que la vea, no puedo doblar mi cuello para mirarla, ella solo quiere que la escuche.

Ahora solo quiero conocerla, verla, sentirla, saber quién es en realidad, preguntarle si de verdad existe, preguntarle por este vínculo que me une a ella. Dejar de impostarla en otros rostros. Dejar de ser alfarero, y fotografiar en mi mente, su cara, su pelo, sus brazos, su cuerpo, sus gestos. Guardar en mi mente su recuerdo.

LA HOJA EN BLANCO


Cuantas páginas en blanco para llenar, cuantos recuerdos en mi mente, escribir sobre las teclas, golpearlas para exprimir sensaciones, sentimientos, anhelos, ilusiones, la ambición de escribir, pero sobre todo de ser leído, de ser escuchado. Siempre me pregunto de donde viene esta necesidad de escribir, creo que ha estado siempre en mí, aunque nunca mostré mucho interés en el hecho de reunir letras en el papel, si sentía una inquietud creciente de la manera en cómo se comunicaban las personas, el lenguaje, la expresión, las variaciones en eso que nos hace personas.

Escribir es un ejercicio de conocimiento de uno mismo, es tal vez por eso que me he embarcado en la tarea, ambiciosa, desmesurada tal vez, pero yo siento que me debo conocer, que puedo escribir y que quiero escribir. Voy a especular siempre pensando que me van a leer, es una cosa que se pueda dar o no. Solo quiero saber más de mí, hurgar mi conciencia, y ya que estoy ahí golpear las teclas del computador y ver qué historia puede salir.

Es una necesidad que ha crecido, que me calienta el alma, voy a tratar hilar una red de palabras, una maqueta borrosa que se pueda transformar en historia. Es un acto de egocentrismo, de creer que lo puedes hacer, esa sensación de una creación tuya puede ser apreciada por otros. 
Ser un narrador pretencioso de la realidad, la realidad que pueda ver o un inventor de ficciones queriendo ser contrastarlas con la realidad, simularlas en la realidad. Vulnerar las barreras y limitaciones de mi prosa, para camuflar una idea  en el texto.  Atreverse a sentir.

Gritar al vacío y esperar un eco, esperar una respuesta en un espacio que no se  conoce, es preguntarles a personas que no tienes cerca, confrontarlas con las letras, tratar de generar un impacto. Es ser pretencioso  eso es lo que quiero ser, pretencioso de lo que escribo. Ir por una calle que no conoces con las luces apagadas, y llegar a destino. Tratar de no desbarrancar en el intento.