Siempre sentí que debíamos ser.
Que nos habíamos encontrado en un acto benevolente del destino. Un guiño de la
vida. Eras una mujer muy linda, tenias una mirada indescifrable, un aire de
inocencia que se mezclada con inteligencia y eso me seducía. Fue la primera vez
que fui consciente de esa sensación que nos sacude la entraña. Que genera el
malestar placentero. Yo me sentía turbado, nervioso, acelerado, inquieto.
Quería que fuéramos. Tú también queríamos que fuéramos, o eso me hiciste creer.
Tú insistías para que fuéramos. Me llamabas mucho. Hablábamos poco, pero me
llamabas. Fue la época en que dejabas que timbrara una vez. Me advertías. Era
un toque. Un recordatorio de que estabas. Yo quería estar contigo. Llamarte,
verte, sentirte. Pero me reprimía por él. Que era mi amigo. Nunca entendí tu
sentido amplio de querer. Yo quería que fuéramos juntos, sin nadie más.
Pensaba todos los días en ti. Aun
cuando pensaba en otra cosa. Tú siempre estabas presente. Te alejabas solo lo
suficiente para que te extrañara. Empezábamos a caer en un juego macabro. Yo dependía
un poco de ti, para estar tranquilo. Habíamos salido algunas veces. Te miraba obnubilado.
Me perdía entre tu sonrisa. Eras muy cariñosa conmigo. Parecías feliz. Yo lo
era cuando estaba contigo. Después de esas salidas, volvía un poco derrotado,
abatido. Me negaba a rendirme ante ti. Juraba ya no entregarte mi voluntad.
Pasaba algún tiempo en el que no
nos veíamos, semanas, meses. Ya no me llamabas. Yo trataba de olvidar, de
olvidar lo que no habíamos sido. Renunciar a ti. No pelear contra mí. Lograba
olvidarte. Me jacto de que te olvidaba, ya no pensaba en ti. Salías de mi
cabeza. Estaba tranquilo. Me fugaba. Tus huellas me perseguían pero las
esquivaba, me desviaba del camino para no tocarlas. Tú sabias el poder que tenías.
Fuiste más inteligente que yo.
Te aparecías en momentos improbables.
Te imagino planeando el momento con una risa desencajada. Preparándolo todo
para entrar otra vez en mí. Después de las promesas que me hacía para no verte más,
para expulsarte. La fe casi religiosa con la que me hablaba. Tú aparecías magistralmente.
Yo no podía resistirme, me superabas espiritualmente. Volvía a depender de ti. Te
hipotecaba una vez más mi felicidad. Volvíamos a vernos. Salimos un par de
veces. En ese tiempo, después de tantas idas y vueltas, fue la vez que
estuvimos más cerca de ser. Me gustabas mucho.
Ya no estabas con él. Pero no
estabas sola. Había empezado el tiempo de los mensajes. Los mensajes de texto
en el celular. Me escribías varias veces en el día. Yo te respondía. Eras muy
cariñosa. Verte después de meses era revivir todos los sentimientos que
hibernaban durante ese tiempo. Un revolcón de alma. Yo sentía mucha culpa. No quería
estar contigo. Era un tonto útil en tu juego.
Me hiciste pasar muy buenos
momentos, te los agradezco eternamente. Ya no te veo hace mucho tiempo. No
hablamos. la última vez fue en ese parque cerca a tu casa. El de las bancas
alrededor de ese árbol frondoso. Era de noche, tomábamos cerveza. Tú estabas
sentada de costado mirándome, analizándome. Yo miraba hacia el frente. Te hablaba
de mi vida. Me escuchabas con mucha atención. Ya no me acelerabas como antes. Seguías
siendo la misma. A la que le había dicho que me gustaba. El que había cambiado
era yo. Ese día cuando nos despedimos, me dijiste gracias. Fue una linda
palabra para terminar lo que no fuimos.
No sé si volveré a verte. Es probable.
No te buscare, ni espero que tú lo hagas. Serás una deuda pendiente. El destino
dirá si debe ser saldada.