La mujer en la ventana esconde su
mirada tras las cortinas y trasluce su cuerpo solo lo suficiente para acentuar
las dudas. Despierta amores y desliza sonrisas entre la luz de un callejón que
se ilumina señalando al fondo. Recorre las calles de una ciudad gris, de gente
que brota de la tierra y nace en los andenes. Deambula entre amplias ventanas
que la saludan, habla con las paredes que le cuentan historias trágicas, resucitan
manchas sobre sabanas teñidas. Ya no hace nada para comprender, aprendió a
caminar sobre las olas, expone su cuerpo sangrante desafiando la furia de los
golpes de carne.
Camina con falda corta las noches
frías y se camufla entre muros húmedos para escapar de las ventanas. Se afirma
al asfalto para no elevarse, siempre lista para amar y retorcer el optimismo hasta
un suspiro profundo. Tiene una espalda fuerte porque carga con varios cuerpos inútiles
que descarta con latigazos secos y versos cargados de carácter.
La mujer de la ventana prende cigarrillos
en bocas ajenas que transpiran y se queman en labios rojos, espera la
recompensa por las buenas historias que hablaran por ella debajo de la piel.
Incursiona presurosa en algunas pasiones estériles que se mueren con la luz de
la mañana. El tiempo se detiene en espasmos caprichosos despidiendo los días, golpea
en las rodillas los momentos del pasado, les da un brillo melancólico y deja la
incertidumbre del tren que viene marchando
sin parar.
Al final todo permanece como
esta. Nadie sabe el destino de la mujer de la ventana, su sombra seguirá siendo
esquiva entre las calles de la ciudad, adornando muros tristes, convenciendo a descreídos,
levantando lázaros desahuciados, olvidando nombres, quemando cabezas, rompiendo
almas, rebajando relaciones y renaciendo con cada guerra de amor.