La miro sumergido en sus ojos
chispeantes llenos de vida. Dejo que mis manos recorran su piel, sientan sus vellos
erizados, acaricio sus piernas delgadas atenazadas sobre mi cadera, su ombligo
profundo, los huesos que sobresalen en
su cintura, sus pechos majestuosos, su cuello largo. Nos miramos. Segundos
detenidos en el tiempo muy estimulantes. Agazapada hace pequeños movimientos
para atrapar la mosca, midiendo cada respiración, a la espera a que me mueva
para saltar. Se acerca lentamente hasta que siento su respiración, pequeños chorros
de aire que salen de su nariz para abanicar mi cara, rosamos nuestros labios,
respiramos el mismo aire morado. Mis pensamientos caen en un torrente de
sentimientos que resaltan todo a alrededor y le dan otra vida. Me recuesto
contra el espaldar del mueble y veo su figura por sobre la mía, gigantesca, muy
estirada, se dibuja una sonrisa en su cara, nuestros cuerpos se resbalan húmedos de sudor, nos friccionamos, y
nos sacudimos con fuerza. Estamos abandonados a los besos. Multiplico
mis manos para recorrerla toda. Todo mi amor pendulando sobre ella.
Laura parecía un espíritu mal
atrapado por su cuerpo. Capaz de estar muy alegre o muy triste. No existe
término medio para ella. La veo a mi lado y pienso en su belleza inagotable. Se
levanta del mueble y va al baño. La miro mientras camina y se bambolea siguiendo
la música de su cabeza. No puedo decir a que huele Laura pero tengo su olor adherido.
La noche se extiende entre el humo y el aguardiente abriéndonos las puertas de
la linda decadencia y rezagando la poesía.
Volvemos a estar muy cerca, nos
miramos sentados en la cama, rodeados por el humo morado. Me mira con rabia,
¿No sé? Tal vez encontrando en mi algo que no le gusta. Iluminados solo por la
tenue luz de un computador, la miro queriéndola, buscándola entre las sombras. Beso
su piel caliente y trato de arroparme con ella. Somos dos sombras moradas que
se traslucen en la pared. Nos revolcamos
entre el fuego y revolvemos las cenizas de una noche larga. Aturdidos pero
dispuestos para el amor. Disfruto ver su boca entre abierta con una sonrisa
disimulada, sus ojos achinados que miran como nadie.
– ¿A qué hueles Laura? –Le pregunto. Tienes un
olor particular, algo que vas más allá de un buen olor. Decir que hueles bien
no sería justo. Ni la marihuana morada huele mejor que tú, no ha podido esconder tu
olor.
Salgo del apartamento y bajo las
escaleras. Camino hacia el parqueadero desandando la noche larga. Con todas las
sensaciones todavía en mi cuerpo. Hormigas dando pequeños mordiscos. Tengo una
respuesta que ronda mi cabeza. Laura huele a lo que quiero que huela.