UNO
Tengo que bañarme rápido. Ya es tarde, Laura me llamo. Me quito la ropa, me miro en el espejo por primera vez en la noche. Estoy desaliñado. Tengo barriga. Me lo había dicho Felipe el otro día. Recuerdo que me dijo que la barriga ya me había ganado, me había vencido en la lucha. Mirándome en el espejo, que está encima del lavamanos y apoyándome sobre él, veo mis ojeras. Algunas lagañas que me quitare. Salto para verme de cuerpo completo. El espejo del baño siempre me devuelve una imagen benevolente. Corro con la mano la cortina del baño y entro. Abro la llave de agua caliente. Cruje el tubo de la ducha, y suelta un chorro de agua tan caliente como para pelar un pollo. Tengo que equilibrar las temperaturas abriendo la llave de agua fría. Siempre un poco más caliente. En esta noche de frió voy a disfrutar más el agua que deja rojos mis hombros. No puedo meter todavía la cabeza. Esta demasiado caliente. Resisto estoico parado con la mirada hacia el suelo, con los brazos a los lados, sin hacer ningún movimiento. Así estaré por varios minutos. Es un buen masaje este. Ya han pasado varios minutos, voy a abrir los ojos. Me tiro champú en la cabeza. Ya puedo mirar el agua de frente, todavía quema, pero ya no tengo tiempo. Me paso el jabón por el cuerpo.
Aquí estuve bañándome con
Alejandra. Bueno, nos tocamos mientras nos mojábamos, porque ella no procuraba
pasarme el jabón por el cuerpo. Nos movíamos con habilidad circense para que no
esquivar el agua tibia. Nos sumíamos en besos, y caricias guiadas por el agua.
Yo probaba su lengua y sus labios al mismo tiempo. El agua tan caliente como
una manta arropadora de varios tigres en verano. El piso estaba bastante
resbaloso. Estuvimos caminando por la cornisa de un accidente fatal. Muerto alguno de los dos en el baño. Cayendo
al suelo después de resbalar con el jabón, o con champú. Una imagen bizarra.
Salgo del baño. El espejo amigo
esta opaco. Tengo que limpiarlo para verme, para cerrar el ritual. Tengo el
pelo largo, cae por mi frente hasta la nariz. Me termino de secar y salgo. Me
pongo los calzoncillos que son bóxer como los perros. No sé, ¿Por qué? ese
nombre. Nombre de perro para unos calzoncillos. Están escogidos cuidadosamente.
Revise que correspondan para la noche. Sin ningún roto, o cualquier otro
desperfecto. Además porque últimamente pienso que voy a morir atropellado por
un carro que se pase el semáforo en rojo. Y tengo que estar presentable para
los que recojan mi cuerpo magullado. Me pongo el jean gris. Busco la correa
entre el armario. Es fundamental la correa. La correa negra. Me pongo el
desodorante vaporoso. La mitad a las axilas y la otra mitad la inhalo. Me deja
un buen olor. Debo echármelo en todo el cuerpo. Me abro el calzoncillo y me
echo el desodorante extra cool. Fue un error, ahora me siento muy extra cool. Me
pongo la camisa negra. Busco la chaqueta entre las camisas arrugadas que
cuelgan de los ganchos. Solo me falta ponerme las medias. Y estoy listo. Mi
segunda vez frente al espejo. No le puedo encontrar forma al pelo. Me cepillo
los dientes también con crema extra fresca. Este espejo es mi mejor amigo. Me muestra lo mejor que soy, no me deja ver la barriga. El enjuague
bucal. Listo, la chaqueta los zapatos y salgo.
Tengo que escribirle para decirle
que ya voy a salir. Ya la moto está afuera de la casa. No puedo dejar la
botella de aguardiente. Prendo la moto y acelero para que se caliente el motor.
El aguardiente tan fresco como mis calzoncillos y mis axilas. Ha salido de la nevera, y la llevo en el bolsillo de la chaqueta. El casco puesto. Acelero. Es una buena noche. No hay
mucho tráfico. Estoy manejando como si me estuvieran persiguiendo. Por esta
avenida y a este paso voy a llegar rápido. Voy a ir lento. No manejar como un
loco, ya me lo han dicho antes. Prefiero que mis calzoncillos los vea primero
ella y no los que recojan mi cuerpo.
Esta es una linda ciudad de
noche. Me gustan las luces que la alumbran. Tan viva. Resistiéndose a quedarse
a oscuras. Me han tocado todos los semáforos en rojo. Hay una mujer al lado,
con la música fuerte. Esta tan buena
como la música que escucha. Tiene la mirada puesta en el horizonte. Sus labios
rojos, se entreabren, como para rescatar más aire. Quiero que mire hacia el
lado. El semáforo se pone verde. Ella arranca más rápido que los demás carros y
se va. Solo me deja el eco de la música.
Estoy en la portería. Apartamento
7 torre B. El celador viene con buena cara. Hoy no tengo decirle para donde
voy, me reconoce y abre la puerta con un gesto amable. Me encuentro con otro espejo, el de la moto. Me quito el casco, el pelo tiene
una forma inexplicable. Este espejo no me quiere. Me bajo de la moto, camino
hacia la torre B. Todo está en silencio. Postes de luz alumbran a lado y lado. En
mi reloj son las 11:30. Subo las escaleras, pensando en la primera vez que vine
al apartamento 7 torre B. No mucho antes de hoy.
Toco el timbre chillón de la
puerta. Sale ella, Laura. Abre y me recibe con una sonrisa, nos abrazamos por
un momento. Que rico que es su perfume.
Laura huele a ella, es un olor particular que no conocía antes. Entramos al
apartamento, me siento en el mueble de la sala y pongo la botella de
aguardiente en la mesa. Todavía fresca, como mis calzoncillos. Veo que está en
la cocina, mueve algunos vasos. Viene caminando, me mira como mi gata, cuando
está cazando moscas. Trae un vaso de agua con hielo y dos copas. En esta noche
somos solo ella y yo. La gata y la mosca. Me gusta la gente simple como ella, no piensa
demasiado lo que va a hacer, ni se preocupa mucho de la vida, sus
responsabilidades laxas, su querer libertario. Me gusta, porque yo soy
complicado. Abro la botella y sirvo dos copas. Las pasamos de un solo envión por la garganta. Miro sus
piernas delgadas forradas por su pantalón. La recorro con la mirada y le
pregunto por mi barriga. – ¿Crees que estoy gordo?– Me está mirando y
seguramente pensando que soy un guevon. –Sí, estas gordo, pero te ves bien así–
Le digo que me gustan sus piernas delgadas, y me tiendo sobre ellas, con mucho
descaro, las abrazo y acaricio. Las tomo como reclamándolas para mí. Me volteo boca arriba para ver su cara. Laura, me miras
queriéndome, en este momento sé que me quieres. Sirvo aguardiente, ahora los
dos pasamos con agua fría. Las palabras ya no son necesarias, nos desprendemos
de ellas. Sus labios son delicados, los toco con las yemas de los dedos, mi
índice metiéndose en su boca, rosando su lengua. Ahora me toca cumplir el papel
digno de la mosca. La beso con fuerza, me aferro a ella y la saboreo, mi lengua
se une con la suya. Laura te voy a querer toda la vida. Este instante de vida.
Paramos, siento que el calor avivado me va a quemar. Dejo la chaqueta negra al
lado. Laura esta yendo al baño. Vuelve con el cabello recogido, y vuelve con marihuana
morada. Que rara es Laura que fuma marihuana morada, pienso. Está sentada a mi
lado. Me da a oler la marihuana morada.
Estamos bailando en su sala. La
tomo por el cuello y me hundo en ella, la beso con vigor. Nos movemos juntos
con la música, sincronizados, mis manos la tocan toda. Me muevo por su espalda,
toco sus nalgas, y la traigo hacia mí. Bajo hacia sus pechos, acariciándolos,
oliéndola para descubrir a que huele Laura. Nos hemos
tomado toda la botella de aguardiente. El porro de marihuana morada está sobre
la mesa. Laura lo prende delicadamente y aspira. Devuelve el humo que deja
salir mirándome. Otra vez me mira como una gata que se sabe más inteligente.
Hay olor a mango biche. La ropa se desvanece con el humo. Estamos sentados
mirándonos de frente.