Ese día caminabas desprevenida
bajo la lluvia, te veías hermosa empapada por el agua que se escurría por tu
pelo. Se caía el cielo a tus pies pero
abstraída dibujabas movimientos delicados sobre los charcos que se te ponían en
el camino. Parecías flotar con cada paso cadencioso y elegante. Nada a tu
alrededor parecía tener más importancia que tú misma. La gente pasaba con premura
a tu lado, queriendo correr a una velocidad que no tenían, zigzagueaban para
evitar el agua que golpeaba con fuerza. Cualquier cosa que pudiera hacer las
veces de sombrilla era un bien preciado en el afán por no mojarse. Las calles
empezaban a ser canales por donde el agua se movía arremolinada. Aunque el
cielo empezaba crujir, no acelerabas el paso.
Verte así me hizo pensar en lo
que de verdad importa. Las pequeñas cosas que paso por alto. Pienso en lo
estimulante que debe ser sentir el aguacero con la piel. Hacerle frente, abandonarme
a esperar que cada gota sea un golpe placentero. ¿Para qué correr? No se puede desperdiciar
ese regalo noble de la naturaleza. Como no enamorarme de ti. Como no quererte,
si caminas segura y tranquila atravesando los muros de agua que se ponen ante
ti.
Tendré que darme menos
importancia. Combatir la solemnidad. Vivir para sentir. Sentir el agua. Mojarme
tanto como tú. Voy a caminar desprevenido, esperando que llueva para caminar
despacio. Intentar conocerte con más detenimiento y susurrarte en cada gota de
agua lo que no te he dicho.
Te vi difuminada pero majestuosa,
cruzabas la última calle que nos separaba. Cuando me viste sonreíste cómplicemente, salí al paso y te abrase para no estar tan seco. Te quería decir todo lo que me
hiciste sentir. La sensación que fue verte caminar a lo lejos. Decirte que todo
tuvo más sentido, todo estuvo más vivo para mis ojos. Como explicarte que revalúe
el significado la palabra belleza. Te quise decir que ame más la vida, pero las
palabras se quedaron amarradas en mi garganta y enmudecieron la confesión.
Tenía la sombrilla en la mano,
pero la cerré y nos mojamos juntos. Me miraste extrañada y el silencio fue un
acompañante más en la caminata. La lluvia a tu lado fue una caricia regalada. Fue un momento de los que realmente importa. Interminable
en mi pensamiento.